lunes, 4 de mayo de 2015

...



Oda a la nada. Al terror. A la ingratitud. Al vacío. A la oscuridad. A Caer. Caer sin saber cuándo parar ni qué hacer para sobrevivir. Pensar en que hay que inspirar y expirar para que el oxígeno circule por cada rincón de tu cuerpo porque de lo contrario podrías fracasar en tu estúpida misión que aún no tienes clara. 

Sentirte tan plano como un papel en blanco. No ver más allá de tus días grises. No saber qué hacer ni de qué forma porque todo lo que intentas no sirve de nada. Un momento. Un segundo. Sabes que volverá y permanecerá mucho más tiempo que cualquier otra emoción. Te sientes perdido y desubicado, como si el mundo no tuviera sentido, como si nada encajara a pesar de que todo parece ir bien. Parece, porque no es así. Sigues llorando por cosas insignificantes e incluso sin razones, porque cualquier excusa es buena para liberarte de alguna forma de lo que te está oprimiendo por dentro. Lloras y lloras hasta que tu cabeza está a punto de estallar y te recuerdas el ser que eres, una y otra vez, sin pausa ni final, las mismas palabras que has memorizado con los años para tu propio confort. 

Y sigues cayendo, cansado, pensando que tienes que hacer algo porque te está superando por todas partes. Porque te alejas del mundo real y te encierras de nuevo en tu cueva húmeda y fría donde nadie puede rastrearte. Pero por suerte eres alguien valiente y decides cambiar. Cambiar algo. ¿Y qué haces? Dejas de comer, aunque eso es algo que te supera, proponiéndote hacer una comida al día que decidirás si vomitar o no. Pasa un día, dos e incluso una semana. Y más. Lo logras. Bajas de peso y notas cómo los huesos se yerguen valerosos por encima de la carne, más que antes. Y eso está bien o al menos lo crees.  

No tienes metas pero haces tu mayor esfuerzo por hacer pequeñas cosas a diario para no acabar de hundirte. Intentar volver a tus hobbies, que no son pocos, pero más de una vez ni la energía ni el humor están de tu lado.

De nuevo estás perdido y te cuestionas si no es la vez que más tiempo y más deprimido has estado y que, quizá, estarás. No ves la salida. No sabes qué hacer. No tienes fuerza. Te sientes solo cuando no deberías. No quieres salir de casa. No quieres hacer nada, solo dormir y abrazar a tus mascotas que parecen ser las únicas que te entienden y deciden estar contigo.

No encuentras la fuerza. No ves el final del túnel. Todo es opaco y frío. Nada tiene sentido, ni tan siquiera tú. Ni tú. Ni nadie. Ni nada.


miércoles, 8 de abril de 2015

Vaciar la mente



Intento ubicarme en alguna parte de la nada. Intento, con todo mi esfuerzo, seguir el camino correcto del que todos hablan. Intento, inútilmente, proseguir sin titubear, con la cabeza bien alta y fingiendo que no me arrepiento de nada. Que soy quien creen que soy. Que no me importa nada. Que mi vida es totalmente cristalina, llana, fútil. 

Una vida entre un camino de rosas que florecen una y otra vez, como si el tiempo y el espacio no tuviera cabida en un plano terrenal. Como si, de alguna forma, una pieza tan hermosa y frágil no pudiera llegar a quebrarse con tan solo mirarla. 

En primaria una profesora nos mandó a escribir para el que era nuestro mejor amigo un relato. No me acuerdo mucho de qué puse exactamente pero se lo dediqué a la que hasta hace relativamente pocos años fue una chica cercana a mí. Y siempre recordaré que fue una especie de poema y comparé nuestra amistad con una rosa. Ella se puso a llorar delante de todo el mundo y la profesora me felicitó, pero me dijo que "las rosas marchitaban con el tiempo". Y yo asentí pero tampoco pensé en ello. Era un niño y los niños no suelen preocuparse por ese tipo de cosas. Pero ahora sé que tenía razón y que a veces, las cosas más hermosas, permanecen solo por tiempo limitado en su estado hasta que marchitan y solo queda el recuerdo de su aroma. 

He dejado mucha gente atrás, casi siempre por decisión propia o mutua. Jamás he experimentado el rechazo y eso, en parte, me ha ayudado a no poder comprender qué sienten los demás cuando les hieren. Imagino que debe ser doloroso. Imagino que debes sentirte herido y traicionado. Imagino que debes culparte a ti y a él; a ambos. Imagino que te preguntas muchas cosas.

Creo que he sido injusto con mucha gente. Pienso que algunas situaciones, usando el diálogo debidamente, podrían haberse solucionado. Creo que si yo fuera capaz de sentir esas cosas me resultaría doloroso que alguien a quien quiero y aprecio me tratara así. Lo único que me recorre es la decepción; decepción cuando alguien me falla. Y esa decepción me lleva a la apatía y al desinterés. 

Errar es humano y yo acepto los fallos, pero depende de cuáles y bajo mi propia evaluación moral. Y eso, para ellos, tampoco es justo.

A veces me pregunto cuándo finjo y cuándo soy realmente yo. Siempre he intentado aparentar ser feliz porque cuando tenía doce años no quería que mis padres se preocuparan por mí. No quería porque suponía que eso sería una carga que ellos no merecían, así que crecí en dos partes, donde una de ellas era mi rostro hacia la sociedad y el otro cuando yo podía escribir lo que sentía cuando estaba solo. 

Y sí, me adapté al mundo y a las personas porque creía que era lo correcto. Lo que debía ser. Seguí siendo agradable y bromista con todos, incluso con los que estaban mal para que al menos, de alguna forma, su carga fuera levemente inferior y que tuvieran con quien hablar. 

Pero ser así solo me ayudó a encerrarme y a cuestionarme por qué casi nadie -excepto alguna gente por Internet-, sabía nada de mí. Por qué no me ayudaban. Por qué no veían dentro de mí cuando yo veía a los demás. Y mi mente de semi-adolescente no podía procesar esa información así que me recluía dentro de mi mundo a la vez que intentaba complacer a los demás. Los culpé. Me culpé. Intenté sobrevivir a relaciones que ya estaban muertas desde un principio, autoconvenicéndome de que eso era lo normal y lo que había que hacer para tener una vida digna como cualquier otro. Aguanté. Retuve mis instintos. Intenté cambiar. Intenté ser más como debía y no lo que era. Intenté empatizar. Intenté amar. Lo intenté más de lo que he intentado nada en este mundo. E incluso me lo creí. Pero las mentiras piadosas no son más que mentiras y con el tiempo se desintegran entre el espacio y tiempo, evaporando cualquier rastro de lo que hubiera podido ser. Y al final todo se rompe y se esparce entre las nubes, volcando el viento y perdiéndose en el infinito, hasta que la rosa desaparece y algunos logran recordarla en sus momentos de lucidez.

¿Cuánta gente me ama?

¿Cuánta gente me odia?

¿Quién tiene razón?

Y eso me lleva a preguntarme qué hago aquí. Para qué estoy aquí. Hay gente que pasa desapercibida en la vida y que no viven más que para amar. Otros para destacar. Y algunos pocos no estamos ni aquí, ni allá. Respiramos sin metas hacia un futuro incierto, envueltos en cáscaras, cuestionándonos estupideces poco productivas que no llegan a ninguna parte. 

No me gustan estas épocas de vulnerabilidad inaudita. Me siento débil y demasiado frágil. Me siento realmente triste y deprimido, cayendo en picado. Me siento con pocas ganas de vivir y solo espero que pasen los días y esta racha desaparezca al igual que llegó, entre susurros y versos.

Solo quiero un momento de paz. 
Un segundo. 
No pensar. 


viernes, 27 de marzo de 2015

Hello, my name is over



Había escrito muchas cosas, pero el resumen es éste:

Bullshit


No quiero saber nada del mundo ni de nadie en concreto. Estoy cansado, mucho. Siento que no tengo fuerzas y solo quiero dormir. Tengo los brazos y piernas entumecidos. Me siento como un grano de arena. Me siento mal. Quiero cambios pero no tengo la fuerza necesaria para llevarlos a cabo. Siempre me digo que mañana será un día mejor, pero no. Ni mañana, ni pasado. Ahora mismo necesito centrarme en lo mío que es comer y vomitar porque la ansiedad no me permite no-comer. 


******

Ayer tuve un sueño y desperté entre sudor y lágrimas. El pánico se sumergió entre mis nervios y anduve hasta delante del espejo; allí observé mi pelo desaliñado y mis ojeras pronunciadas como volcanes. Apreté el puño y corrí con el corazón en la mano hasta tu habitación. Pero ahí seguías, entre las sábanas, con el apacible rostro inmerso en la almohada y los ojos cerrados.
Me acerqué lentamente y besé tu frente con suavidad. Deslicé mis dedos por tus labios fríos y recorrí tus mejillas impregnadas de rubor por el colapso de sangre inmortal. Respiré tu aroma y acaricié tu mano. Arropé tu alma. Muy suavemente, como si fuera un secreto; nuestro secreto.
Susurré palabras cautas. Destripé mis emociones poco a poco y con cautela por si hubiera algo incierto en ellas. Adoré tu belleza en el más ingrato silencio. Mordí tus sueños. Calmé tu tristeza.
Te amo. Te amaré entre jaulas de carne y hueso, más allá del bien o el mal, de la Vida o la Muerte, de los sueños o la realidad. Te amaré por quien eres. Aún cuando la luna estalle y las nubes desciendan seguiré entre el espacio y tiempo luchando por una causa perdida que nunca podré admitir.




martes, 17 de marzo de 2015

Por qué amo vomitar


(Cachorrita. Siento la calidad de la foto... Pero el día daba asco)

El tiempo transcurre de forma incesante y a su vez estrangula cada una de las raíces que ya permanecían fuertemente atrincheradas bajo tierra. Las cosas cambian y es un ciclo inevitable que se extiende más allá de las nubes. Somos pequeños y vulnerables. Somos, simplemente.

Y no puedo quejarme porque ya llevo dos semanas en la nueva casa que es, para mí, fantástica. Y no solo eso si no que se une a mi madriguera otro peludo ser para que mi primogénita no se sienta sola. Ambas abandonadas por la mano de algún humano y ahora en una casa en la que pueden permanecer tranquilas. La he llamado Naga; porque sí, porque me gusta y mi otro bicho también tiene un nombre relacionado con el hinduismo - Shiva. Los animales me hacen sentir cosas y me dan una paz que un humano es incapaz. Se lo agradezco mucho y creo que la mejor forma de devolverles lo que hacen por mí es dándoles lo que no han tenido. Y no quiero hablar mucho de ellas porque realmente consiguen ablandarme y me dan ganas de comérmelas.

Por otra parte tengo una salud perdida. Me siento muy cansado todo el día y me voy arrastrando por todas partes. Duermo en cuanto tengo un hueco de tiempo porque es lo único que me apetece. Tengo unas ojeras que asustan pero, ¡en fin! Qué le vamos a hacer, vomitar no ayuda, y yo intento no hacerlo tanto y compensar no-comiendo, pero al final es lo mismo: carencia de hierro, carencia de B12. 

Quiero ponerme a escribir y a dar vueltas a las cosas pero no me siento con ánimo de hacerlo. Porque sí, escribir para mí requiere de tiempo (y probablemente esta entrada estará mal estructurada y con incoherencias, btw) del cual no dispongo. 


Solo deseaba poner unas listas de qué es lo que realmente me impulsa a tener un TCA, a no comer y a vomitar. Más que a tenerlo, a no dejarlo. Porque si algo es cierto es que no nos obliga nadie, pero la mente es la mente y al final no hay mucha diferencia entre una adicción con la cocaína o con la comida. Es más, probablemente es mejor lo primero teniendo en cuenta que si consigues salir, con no volver a probarlo lo tienes ya todo solucionado, pero la comida... Fuck it.



Por qué amo vomitar


  • Control. Da sensación de control. Del peso, principalmente.
  • Cuando bajas de peso te alegras. El mundo pasa a ser rosa durante un día o al menos la mitad de éste.
  • Si piensas que el día anterior has comido mucho pero sigues con el mismo peso o incluso menos, también recibes una dosis de alegría.
  • Cuando tienes ansiedad y palias la sensación comiendo, una vez lo echas, sigues quedándote satisfecho. En caso contrario se repite el proceso.
  • Los huesos cuando asoman bajo la piel. Cuando te mueves y las clavículas acompañan en cada movimiento. Cuando los tocas y son duros, rígidos e incorruptibles. Me gusta esa sensación.

Por qué odio vomitar

  • Controla tu vida. No eres tú el dueño de lo que ocurre ni de cómo ocurre. Se instala en tu cabeza hasta que sucumbes y ves lo estúpidamente débil que eres. 
  • Niveles descompensados. Mis últimos análisis estaban al borde del mínimo en casi todo y como destacable la anemia (la B12 no porque tomé pastillas para que al menos eso no saliera). 
  • Provoca problemas a nivel de salud interna. En mi caso lo que se ve más afectado es el estómago. No puedo comer muchas cosas porque no las digiero. Comer un plato normal es imposible, no cabe.
  • No puedes salir a comer fuera de casa. Es un infierno. Si un come-hierbas lo tiene difícil, sumando el TCA ya es misión imposible. Me siento mal. Me siento culpable. Y según qué me provoca problemas de digestión que desencadenan en hinchazón extrema y dolor abdominal, eso hace que después me sienta demasiado pesado como para andar.
  • Reflujo gástrico debido a vomitar durante tantos años. En épocas de ansiedad y malestar general es cuando hace presencia. Aquí podemos introducir las heridas internas del esófago y el vomitar sangre a veces.
  • Controla tu humor. Tu día empieza en cuanto subes los pies sobre la báscula. Si un día no te pesas, te sientes el triple de culpable y genera aún más ansiedad.
  • Cuando se te marcan mucho los huesos sabes que eso no se ve bien, al menos para el resto de personas. Aunque los ames no significa que sean algo realmente bonito. 
  • El acto en si de vomitar es algo que nunca me ha gustado. Cuando intentas sacar la comida y no hay forma de que salga, tus dedos dan vueltas incesantes por la garganta hasta que lo echas, haces el esfuerzo y más de una vez incluso se te caen las lágrimas en el proceso. No me gusta. Muchos días decido no hacerlo porque me da pereza pasar por ello. 
  • Mucha gente se encargará de recordarte que estás muy delgado, que tienes mala cara o que estás muy pálido. Otros pensarán que eres la cosa más linda del planeta y aunque no te conozcan te lo dirán; pero sea como sea tú acabarás diciéndote que no saben nada de ti y que si luces como lo haces es porque eres un puñetero enfermo. Así que pueden guardarse sus palabras para ellos porque no sirven de nada.


  • Te planteas si el día de mañana vas a morir de esto y será demasiado tarde para arrepentirte. Te dices que deberías cambiar y dejarlo, pero simplemente no puedes. O no tienes la fuerza suficiente para ello. Y acabas diciéndote que es lo que hay. 

No quiero estar mucho más rato pensando en pros y contras, pero obviamente el lado negativo pesa más que el positivo (que no es del todo así), así que me encuentro en el mismo punto de siempre, totalmente perdido y opaco. Y si algo sé es que conforme los años lo vas aceptando y piensas que es normal cuando no lo es; se instaura en tu vida, se acomoda, coge un sitio desde donde ver todo el paisaje y disfruta de lo que quiere. De ti mismo.

Y hoy me siento terriblemente mal por tener un kilo más encima respecto ayer. Y sí, sé que no es real, pero cuéntaselo a mi cabeza... 

Hoy me siento vulnerable, pequeño, estúpido e inútil. 

Hoy me siento como si me estuviera suicidando emocionalmente.








martes, 24 de febrero de 2015

Porque sí



Buena compañía. Buena música. Buenas conversaciones. He pasado unos días fuera del país y ha sido interesante. Siempre me ha gustado viajar y conocer otras partes, aunque sea por poco tiempo. Ahora tengo que preparar la mudanza porque el domingo cambio de zona y de casa; un sitio más urbano y una especie de loft de dos pisos con muebles de diseño (lo que me gusta, vaya. Poco mueble, ordenado y bonito a la vista). Así que toca empacar todo... Ahí vamos.

Hoy me he puesto estúpido leyendo una conversación de hace cinco años que guardo en mi anterior blog. Una conversación que yo creo que es más afín con Romeo y Julieta que con la vida real. Prefiero no ponerla porque me da hasta vergüenza. Una persona que durante un tiempo me hizo pensar que ser como soy no es tan horrible como creía; que me dijo que a pesar de ser una mierda de personas merecíamos algo más de lo que pensábamos. Una persona que como yo no tenía ni metas por las que vivir ni sueños que cumplir pero que sin embargo seguía respirando. Que prometió quererme pasara lo que pasara por y para siempre porque era idiota (lo siento, no encuentro ninguna razón. Si ahora soy insoportable antes tenía que serlo más...). Pero para gustos, colores. Y esa persona hoy en día sigue en mi vida, viviendo en la misma casa y tolerando mis tonterías a pesar de que le he llegado a dañar más de lo que cualquier persona podría soportar.

Así que por ti y porque me da la gana: Gracias :) No suelo decirte estas tonterías porque se me da un poco como el culo pero me gusta verte cada día. Me gusta cuando nos reímos hasta llorar. Me gusta que discutamos de política, religión, música o temas estúpidos. Me gusta porque vivimos en paz en una burbuja y ajenos al mundo con perspectivas muy parecidas. Me gusta porque a veces no tengo que hablar para que tú sepas qué me ocurre. Me gusta porque aceptas lo que pienso y cómo lo hago, aunque eso pudiera ser hiriente para mucha gente; y eso a su vez me hace sentir cómodo. Me gusta porque te preocupa que me muera pero aún así me dejas elegir sin imponerme nada.

Te aprecio. Probablemente tú me otorgas más de lo que yo te doy y de lo que te podré dar nunca por mi incapacidad a todo lo relacionado con la apatía y la forma de sentir las cosas, pero aún así eres de esas pocas personas que valen la pena y que aunque nadie lo perciba porque no te gusta destacar, eres especial. A tu forma. A tu manera. Y seguramente te heriré aún más conforme pase el tiempo, pero también sé que no te despegarías de mí aunque llegara el apocalipsis zombie (¿te imaginas?) 

Así que por favor quédate donde estás y recuérdame de vez en cuando que no soy tan malo. Que la vida no es tan injusta y que seguirás quemando croquetas cuando te pongas a cocinarlas (y me da la risa cada vez que lo recuerdo y rememorizo lo indignado que me sentí porque se te carbonizaran).

Y no sé qué más escribir. Solo gracias de nuevo por ser quien eres y soportar mis tonterías con el peso, el mal humor, cuando te regaño, cuando me indigno y me callo; por todo, creo yo, que sigo sin entender cómo narices puedes lograr convivir conmigo.

Gracias idiota.



martes, 17 de febrero de 2015

Literature



Estoy totalmente OUT. Debo dedicar tiempo a la gente que he dejado en España y a la gente nueva de aquí para hacerme un hueco y ser visible (para variar), así que simplemente dedico toda mi energía a conversaciones estúpidas que no llevan a ninguna parte pero que parece que les gustan. Las cosas funcionan igual en todas partes.

Fuera de todo esto, el viernes pasado decidí hablar con un colega que vivía en mi pueblo. Es alguien con que interactuo de forma regular porque tenemos intereses comunes (películas, videojuegos...) y al que quería decirle hace muchos años sobre mi otro lado. Mi otro yo. Después de aguantar muchas malas palabras de mi parte, situaciones y épocas en las que básicamente yo desaparecía a pesar de vivir a dos calles, creo que se lo debía. Le hice un resumen muy resumido y creo que se quedó en shock. Me dijo que algo suponía que me ocurría pero que ni de lejos podía imaginar tantas cosas y que ahora entendía mejor muchas situaciones o épocas (después de todo fuimos 'amigos' muchos años). Obviamente se lo conté porque sé que no se lo va a decir a nadie y porque en el fondo sé que estando al otro lado del mundo estoy a salvo de cualquier problema que podría surgir (aunque sé que no ocurrirá). Me dio las gracias y se acabó. Desde ese día hemos hablado como siempre lo habíamos hecho, como si nada ocurriera, aunque probablemente más de un momento le de un poco a la bola y se ralle con todo lo que le dije. 

Pero es lo de siempre, quién podría ver entre versos. Quién podría saber que bajo esa sonrisa y buena fe hay lo que hay. Creo que solo un tipo de persona; el tipo de persona que está igual de enferma que quien está observando. 


Ciego y torcido,
perdido en un desierto,
amargo y tenue como un árbol opaco,
enredando vórtices infinitos y doblando cristales,
entre suspiros entrecortados y desdibujados.

Sauce muerto,
libertad troncada,
hojas que caen y se pierden en un mar lejano
mientras los hilos crujen bajo huesos oscuros,
lúgubre sentir, momento y espacio
donde los gritos se ahogan y las voces enmudecen.

No hay paz para ellos,
ni tan siquiera en los reinos más lejanos,
donde no solo se aletargan las almas
si no que plañen entre aullidos mudos.

Vivir la voluntad de un Dios
que no ha demostrado ser digno de devociones,
ni tan siquiera de un rezo muerto,
pues falló y herró como un humano lo haría.

Perdido y sin raíces,
ahogado entre deseos ya lejanos,
desteñido y ausente en un lugar remoto 
donde nadie alcanza a ver
ni el más pequeño fulgor.

Quebrado,
fracturado,
rasgado,
roto y extraviado,
en un mundo donde nadie le ve,
donde los pájaros son sordos y las nubes ciegas,
donde las sogas cuelgan y el viento acalla,
donde no hay refugio,
ni paz,
ni tan siquiera vida.

Un perdón sin sinceridad,
una lealtad marchita
junto el peso de la soledad entre brazos lacerados
y palabras acalladas.

 Vivir,
vivir y sentir,
tan dulce y frío,
tan suave e impío,
tan duro y exhaustivo,
tan propio de ti;
de mí.
De los dos.

Mi Dios carente,
mi afable apatía,
mi amor en versos,
mi necesidad y hastío
que trunca palabras y escupe sangre
embadurnando sentimientos
que creías inexistentes.

Fuiste desterrado y lacerado
desde fuera hacia dentro,
corrompido como el propio Nybras,
arrastrado al infierno y devorado
mientras yo aguardaba en un lecho de navajas
y oraba al mismo Dios que me traicionó.

Deidad y humano,
eternidad descompuesta,
susurros depravados entre alcobas perdidas.
Tacto áspero.
Gemidos angostos.
Amor estrecho.
Movimientos serenos y pasos suaves.

Vomita tus versos;
tus colapsadas lágrimas;
tu más ingenuo deseo.

Agárrame entre tus brazos,
rómpeme.
Haz lo que debías hacer.
Sé quien debías ser:
Un Dios.
Un Dios digno que derriba lo que ama.
Un Dios capaz de destruir con tal de sobrevivir.

Un Dios humano.
Más humano que cualquiera.




lunes, 9 de febrero de 2015

Mons☨er




Intento hacer las cosas correctamente; como Dios manda, dirían algunos. Lo intento de verdad. Alejo como puedo los pensamientos negativos e intento no darle demasiadas vueltas a las cosas. Vivo el momento. Intento no vomitar tanto aunque hacerlo provoca que no coma (y es algo muy difícil para mí, os lo aseguro), pero un solo momento de flaqueza inevitable hace que devore todo cuanto pueda y lo vomite. ¿Por qué? Porque si no me entra tal desánimo que me puedo tirar horas mirando fijamente la pared mientras me martirizo pensando en el número, que después de todo mi parte semi-lógica dice que ese quilo de más es producto de una ensalada y del agua que he bebido; pero la otra parte piensa que un quilo es demasiado, así que todo se va el garete y parezco una máquina que repite las mismas palabras: Estoy gordo

Soy una persona que tiene pocas fotos, sobre todo con otras personas. Nunca me han gustado. Las odio. Odio verme porque empiezo a sacar un defecto tras otro, hasta el infinito. Sin embargo este año pasado he intentado hacerme un poco más tolerante y eso conlleva a tener fotos con amigxs. Me veo al lado de los demás que, para mí, están correctos de peso y yo, obviamente, parezco un insecto a su lado. Pequeño. Poca cosa. Y veo que mi percepción es totalmente errónea (lo confirmo, más bien). Pero es ponerme delante del espejo de frente, de lado o haciendo el pino y me veo como un mamut. Y odio esa sensación porque agobio a los demás a preguntas estúpidas sobre mi peso donde todos acaban diciendo lo mismo: "Estás bien. Estás delgado. Eres poca cosa". Y eso me toca los huevos porque me siento engañado. Busco que me den la razón cuando no la tengo. 

Cuando me enfado mucho, como (de momento) he dejado los cortes, me da por clavar las uñas en el brazo a base de golpes. Generalmente solo quedan los arañazos o retazos de sangre, pero no, esta vez tengo un moratón que ocupa la mitad del brazo que parece un arcoiris. Y supongo que tengo que dar gracias de desatar la rabia conmigo mismo y no con los demás, porque de no ser así no sé dónde acabaría ni cómo.

Me da miedo el hecho de pensar que puedo dañar a alguien físicamente. Pánico. Pavor. Solo ocurrió una vez y fue en medio de una pelea con una ex, básicamente porque estábamos discutiendo y mientras lloraba y me gritaba lo insensible que era le daba por agarrarme de los brazos y tirar de ellos para que le hiciera caso. A pesar de todas las veces que le dije que no hiciera eso y no me tocara (porque me pone de muy mal humor en una situación así) continuó con ello, hasta que la empujé para separarla con la mala pata que le partí el labio. Creo que esa noche acabé peor yo que ella (incluso creo que terminó consolándome porque yo creía que me iba a morir). Intento pensar por qué me aterra algo tan simple si nunca he tenido una experiencia en un ámbito similar y cuando he hecho daño (y hago y haré) psicológico como para escribir un libro sin importarme ni un ápice; al final siempre llego a la conclusión de que tengo miedo de mí. De dónde podría llegar sin ese límite y sin los remordimientos que parecen no existir en mí.

Porque sí, ese día me sentí mal. Estúpidamente mal. Pero lo peor es que no me sentí mal por ella sino por mí, porque incumplí mi código y me autodecepcioné; aún siendo un accidente. Siempre he pensado que nadie tiene derecho a decidir sobre otra vida, ni tan siquiera la de un animal, pero por otra parte soy seguidor de cualquier asesino en serie que capte mi atención hasta el punto de aprender su vida y entrevistas (presupongo que siento curiosidad por una mente así).

Somos frágiles. Vulnerables. Somos la ceniza que se esparce en el cielo y desaparece sin dejar rastro. Somos carne y huesos. Somos parte de un destino totalmente incierto que no tiene nombre ni voz. No tiene nada

No hay nada.
Ni aquí.
Ni allá.
Ni en ninguna parte.
Solo polvo.
Viento.
Soledad.


martes, 27 de enero de 2015

Sexualidad



Realmente nunca he hablado aquí sobre algo tan normal como el sexo. Creo que nunca he sido lo que la gente llama standard en ningún ámbito de mi vida y, por supuesto, en éste no podía ser una excepción. No sé muy bien el motivo, supongo que el tener una pre-adolescencia y adolescencia distinta hace que tú también lo seas, quieras o no. 

Cuando tenía doce años empecé a leer a Nietzsche, me fascinaba su visión del mundo aunque probablemente no entendía todo lo que decía, pero si algo es cierto es que me sentía levemente comprendido, al menos lo comprendido que se puede sentir un niño de esa edad que no sabe nada de la vida; ni tan siquiera de sí mismo. Así que yo cogía sus libros y me los llevaba a clase, entreteniéndome mientras el profesor explicaba algo (me aburría e igual aprobaba, así que nunca me dijeron nada), e incluso más de una vez llevé El anticristo a clase de religión. Y sí, la profesora lo vio pero extrañamente en vez de regañarme (que imagino que sería lo normal) se sentó a mi lado y me preguntó que si me gustaba leer, que era el chico que mejor respuestas le daba en clase y que estaba muy contenta conmigo (sí, qué vergüenza). Negaba totalmente la existencia de Dios y, a diferencia de ahora, pensaba que los cristianos (u otras religiones) eran estúpidos, con el tiempo aprendí a respetar aún siguiendo con mis pensamientos. 

Así que, al final, Nietzsche fue uno de mis maestros. Un hombre no muy cuerdo (o quizá demasiado) que dejó algo de él dentro de mi cabeza. Algo que yo a veces comprendía más o menos pero que en resumen me fortalecía la idea de que el ser humano no era algo que me gustara a pesar de que fuera de la lectura yo tenía mi grupo de amigos como cualquier otro.

Empecé a vestir de negro porque no me gustaba la ropa de color que siempre había llevado. No me gustaba porque no era afín a lo que yo sentía en realidad. Porque de una forma u otra estaba de luto por el mundo e incluso por mí mismo. Y poco a poco me fui cansando de todos. Si alguna vez tuve un interés por alguien (que no lo recuerdo) se acabó desvaneciendo. Pasé a engullir de forma compulsiva, aunque entonces no vomitaba. Y de ahí vino el odio por todo. Por todos. Por mí. Un odio que se ocultaba mientras le sonreía al mundo y que se reflejaba en mi piel con cortes que sangraban por las noches y se ocultaban por el día. Supongo que pedía ayuda pero mi falsedad no me permitía mostrarme tan débil al mundo. No quería preocupar a nadie. No quería que nadie viera aquello. Solo tenía que sonreír. Sonreír y seguir mi camino. 

En esa época, sobre los catorce años, me sentía atraído por los cadáveres. Es un poco freak decir algo así, pero me resultaban absurdamente hermosos. Y no me refiero a algo sexual (supongo que dentro de lo raro, es un poco mejor), si no que mi filosofía de entonces era algo así como: "Una persona vive muchos años y mantiene su belleza durante todos estos. Un cadáver se marchita rápido y es algo tan efímero que no somos capaces de percibirlo". Pero supongo que, en el fondo, lo que sentía era envidia. Envidia de esa tranquilidad. De esa forma de no-sentir que yo ansiaba. 

Recuerdo que incluso imprimía fotos (qué creepy...) y me las guardaba. Hasta que me cansé, como siempre. El interés fue decreciendo. Había visto muchas páginas en Internet con fotos de asesinatos, accidentes y muertes. Y ni la sangre ni las vidas ajenas me conmovían ni me hacían sentir nada. Supongo que era como quien observa un cuadro. O dos. O mil. Al final, si no tienes un objetivo más allá del de observar, te cansas. Así que eso pasó a la historia. Una etapa más y ya está. 

Por aquel entonces yo escribía mucho ya. Todo muy grotesco. Oscuro. Sangre. Diablos. Muertes. Tristeza. El humano perdido. Y aún recuerdo algo que escribí hace más de 10 años y que memoricé. Cuando menos me di cuenta ya tenía dieciséis años y, por supuesto, muchos compañeros ya tenían sus "novias", cosa que yo no entendía mucho y por la que estaba demasiado ocupado con mi mundo y mi vida como para centrarme en eso.

Pero la vida es así y, al final, siempre hay personas que se cruzan delante de ti. Gente afina a tu mentalidad. Gente que parece entenderte. Gente que dice que te ama y te trata bien. Y ahí empezó mi juego

Sus palabras eran bonitas. Era buena persona (supongo) y sus intenciones parecían correctas. Y durante un tiempo me conformé. Estaba bien. Era algo entretenido. Pero antes del año se me hizo cuesta arriba. Me cansé y al final le dije que estaba con otra persona aunque no fuera verdad. Corté la comunicación y no me interesó más. 

A partir de allí empezó un espiral de conocer gente y devorarla. También comencé a vomitar por todo lo que arrastraba, pero el hecho de someter a los demás debajo de mí me parecía demasiado atractivo. Jugué con muchas personas; demasiadas quizá. Y, probablemente, a todas ellas les dije que las quería aunque no fuera así. El sexo estaba bien aunque con el tiempo me resultaba monótono, así que no tenía ganas y acababa rompiendo la relación (o lo que fuera). Un adiós y ya está. No me interesas. ¿Te duele? No es mi culpa. Y poco a poco, observando durante tantos años el comportamiento ajeno, uno se da cuenta que hay un patrón que siempre se repite aunque la gente sea distinta y, de esta forma, eres capaz de adentrarte en ellos por dura que sea su coraza. Lees sus ojos. Sus actos. Sus palabras. Y antes de que te conozcan, les conoces, así que juegas con ventaja. Sí, un juego, así me he tomado el hecho de socializar desde siempre.


Entonces, cuando conoces a alguien, te preguntan:


¿Eres gay?
No


¿Eres heterosexual?
No


¿Eres bisexual?
No


¿Entonces qué eres?
No lo sé


Nunca, jamás, he sentido atracción física por una persona. El cuerpo humano no me suscita ningún tipo de interés de índole sexual. Obviamente sé apreciar si una complexión me resulta más bonita que otra. Si un rostro me agrada más o menos. Pero fuera de eso no analizo a nadie en ese ámbito. Me da igual hombres o mujeres siempre que tengan algo que me guste y eso radica en su pensamiento. 

Cuando quiero a alguien tengo que tenerlo, no importa cómo, siempre acabo consiguiéndolo. No me interesan sus preferencias, ni tan siquiera si soy o no su tipo. Porque sé que en caso que no encaje en sus estánderes físicos puedo encajar en los psicológicos, así que al final dejarán de lado un gusto para centrarse en el otro.

Y ahí soy la persona que te dirá el ser tan hermoso que eres. Lo cruel que es el mundo. Porque tú sabes que eres débil y yo también lo sé, así que te cobijaré en mis brazos hasta que te duermas. Te daré besos. Te haré reír. Y poco a poco pensarás que soy el ser más extraordinario que has conocido nunca. Te diré una y mil veces que no soy buena persona. Te diré que me canso de la gente. Que al final esto también ocurrirá entre nosotros, porque soy así. Pero tu cerebro está tan envenenado que no querrás escucharme. Dirás que no. Que no soy tan horrible como describo. Que soy buena persona porque me preocupo por todos. Porque quiero a mi perra de forma que poca gente lo hace y alguien con tal amor por un animal no puede ser así

Pero sucede y algunos te dicen que eres la cosa más insensible que han conocido porque mientras lloran ni tan siquiera pestañeas, porque les has cambiado la vida y la visión del mundo. Porque no todo es tan rosa como creían y eso les duele, pero antes lo afrontaban junto a ti y ahora ya no estás. Otros lo ignoran y a otra cosa, mariposa. Y con algunos pocos sigues manteniendo el contacto, pero guardando las distancias excepto una microparte de ellos. 

Así que al final, cuando conozco a alguien que me interesa, sí pienso de forma sexual en ellos, pero se evapora con el tiempo o después de las primeras veces porque se vuelve algo aburrido para mí, con lo cual no tengo muy claro si es algo normal o no, pero es así.

A veces me planteo que después de mi vida (ya iré por etapas cuando me apetezca), todo lo que soy no es más que un juego y una adaptación para hacer del mundo y de la gente un lugar más importante. Por supuesto tengo gente alrededor que no me interesa acostarme con ellos ni que me vean como alguien totalmente necesario para su vida. Están ahí y eso es suficiente para mí. 

Mi atracción principal es la gente que está enferma o que es muy débil, imagino que es porque son mucho más manipulables que los demás y que, de alguna forma, eso me resulta absurdamente atrayente.

Entonces si no me interesa el sexo en particular,

¿Qué soy?

Me pregunto si es necesaria una etiqueta aquí. O allá. O en alguna parte. ¿Por qué siempre colocamos etiquetas a todo? ¿Qué diferencia hay? Somos humanos y libres; con eso basta.

sábado, 24 de enero de 2015

Gritando pensamientos


Estoy cabreado. Molesto. Torpemente ofuscado. Son esos momentos en que la tentación llama a mi puerta. En la que grita más fuerte que nunca. Tengo ganas, no, deseo rebanarme la carne de lado a lado mientras mi conciencia intenta usar el autocontrol y lo niega.

Llevo mucho tiempo sin dañarme de esa forma y no son pocas las veces que se me cruza por la cabeza, por la simple razón que mientras estoy rasgando mi piel no pienso en nada más, solo veo el filo deslizándose y la sangre brotar. Fin. Nada más. Luego viene una sensación de calor en todas las heridas y, más tarde, el dolor que se prolonga durante días.  Me resulta incoherente echar de menos algo así cuando sé que no sirve de nada; de absolutamente nada. Pero no tengo muy claro cómo lidiar con ello si no es ocupándome con otra cosa y dejándolo pasar. 

Let it go.
Let it go.

Y todo esto porque mi peso está estúpidamente inestable. Que ahora subo un kg y luego bajo 300gr. Ahora como más y bajo más. Ahora como menos y subo. Y estoy hasta las narices de este desorden, prefiero que se mantenga en el mismo número siempre y ya está. todos contentos. 

Intento hacer las cosas bien. Lo intento de verdad. Estoy tres o cuatro días sin vomitar. Por las mañanas inspiro profundamente cuando me peso y me digo que no pasa nada, que es un número, que no estoy gordo, que como mi sistema digestivo es una puta mierda aún no he digerido la cena y por eso peso más. 

Pero al final es lo mismo: Todo se rompe. Y colapso. Me enfado, Con todo. Con todos. Vuelvo a vomitar pero el peso no baja hasta pasados unos días. Me planteo no comer pero me resulta imposible, así que paso a alimentarme de comida con pocas calorías y a seguir vomitando.

Y se me hace patético y triste, pero nadie quiere verme enfadado, ni tan siquiera yo mismo. Me vuelvo el ser que no quiere ser. Lo que soy en realidad. Lo rechazo absolutamente todo, desde una palabra de comprensión hasta una sonrisa. No quiero saber nada del mundo. Nada de nadie. Solo pienso en... ¿nada? Y lo que se me cruza por la mente dejo de ponerle flores y adornos; Lo suelto y listo.

En el fondo sabía que cambiar de país no significaba estar mejor, solo tener más libertad de hacer lo que quiera. Y no me puedo quejar porque las cosas aquí van realmente bien y agradezco todo el apoyo y ayuda brindados para llegar donde estoy, pero el problema principal, yo, persiste. Y es algo que no sé cómo paliar ni tragar, solo intento dejarlo pasar un día más y no darle demasiadas vueltas.

Pero de momento, voy a ir a estrujar un rato a mi perra.


lunes, 12 de enero de 2015

Humano. Demasiado humano.

Y espero. Espero. Un día más. Otro. Y otro. De forma consecutiva e incesante. Quiero detener el tiempo pero parece que no es posible. Quiero gritar; llorar. Deseo sentir algo dentro de mí aunque sea un solo instante. Un momento de lucidez. De arrepentimiento. De congoja. De decir al mundo que estoy errando y me siento culpable de ello. Que lo siento. Que quiero ser quien no soy pero aún consiguiéndolo nada cambiaría porque somos eternos e inalcanzables. Perpetuos. Volamos a través de la tierra y dejamos huellas invisibles. 

Estamos en un sitio concreto y fingimos estar vivos. Fingimos respirar. Fingimos amar. Pero detrás de cada uno de los momentos, de las caricias, de las románticas palabras, no somos más que un puñado de carne y huesos mirando hacia el horizonte sin ningún tipo de expectativa.


Nos cuesta aceptar el amor y nos intentamos autoconvencer que no somos tan distintos. Que solo es una pared que hemos forjado con los años para no ser dañados. ¿Dañados de qué? ¿De quién? No puedo rememorar malas experiencias. No puedo recordar rechazos. Pero de alguna forma, muy dentro de mí, culpo a la propia vida de todo lo que ocurre. De lo que ha ocurrido. Y esa forma de ver las cosas me provoca incomodidad cuando alguien me abraza. Cuando dice que me ama. Cuando me toca. Y, a veces, incluso repulsión. 


No quiero ser una persona desagradecida (aunque lo soy), pero no siento una necesidad imperiosa de estar en contacto con los demás. Desconozco cuántas veces he dicho que amo a alguien. Que le amo de verdad. Que son importantes para mí. 
Pero yo lo sé; y tú también. Son palabras. Palabras que se lleva el viento y se evaporan. Y nada es eterno. Todo es efímero y frágil, como yo. Hasta que uno se canse. Hasta que yo me canse. Y ya no hay palabras. Ni actos. Ni emociones. Y no siento dolor. Ni remordimiento. Ni nada que lo acompañe. Solo ese vacío que perdura y se extiende hasta acabar con todo.

¿Por qué me importa tan poco todo?
¿Por qué me importan todos tan poco?

Se siente frío y doloroso. Solitario. Como si nada ni nadie pudiera entender el hueco que preservo en lo más hondo, aún cuando algunos decís empatizar conmigo o entender lo que cuento. Me siento solo por no saber expresar lo que me preocupa. E incluso a veces tengo miedo. De todos. De todo. De vivir. De los errores que seguiré cometiendo sin arrepentirme. 

Está mal y lo sé. Pero es tan complicado pasar los días entre sonrisas muertas y paradojas de la vida. Siendo quien no eres. Siendo lo que no eres. Porque después de todo sabes que si actúas tal y como lo sientes aún harías más daño a los demás, y eso es algo que no quieres. Te autoconvences de que el mundo ya sufre suficiente como para añadirle más carga a una vida ajena. Pero lo acabas haciendo porque eres idiota. Y estúpido. Y aunque mil personas lloraran por ti, tú mirarías en la dirección opuesta y acabarías pensando que estás solo y nadie te quiere; autoengañándote.

No. No estoy solo. Es mi rechazo hacia todo lo que me hace sentir así. El no querer hablar ni explicar qué me ocurre. Todo lo que hay en mi cabeza. Todo lo que retengo y controlo para que no se escape de mis manos. Control. Siempre presente. Actuar según lo que los demás quieren que actúes y luego castigarte por ello cuando estás en silencio entre la oscuridad; como una penitencia. Como si alguien te lo hubiera impuesto y debas arrepentirte de haber tomado la decisión.


Con las alas cortadas y la mente eclipsada. Con sueños rotos que no se reconstruyen. Avanzando hacia ninguna parte en un desierto de hambre y desesperación. Tragando arena y escorpiones que envenenan tu alma y la rompen; la despedazan. Para llorar sin consuelo ni causas. Porque antes de empezar la batalla sabes que has perdido y allí estás, entre los demás, arrodillado y con la frente contra el suelo. 



Y día tras día me repito que no está todo tan mal. Que no soy tan horrible. Que no soy el peor humano de esta Tierra. Pero sé que si no es así es porque actúo contra mi voluntad y que lo he hecho durante tantos años que ya es parte mí. Que no me esfuerzo por fingir, simplemente es tan natural como alguien que siente y ama, sin pensarlo demasiado. Hasta que me acuesto entre soledad y silencio. Hasta que lo pierdo. Hasta que les echo o alejo de mí. Porque yo mando. Yo - siempre - mando. Tengo las riendas de mi vida; de su vida. Y decido dejarles a mi lado o expulsarles al exilio sin pensar ni una sola vez cuán doloroso será para ellos o cuántas lágrimas derramarán. 

Hasta nunca. O hasta que yo quiera. 


Es triste cuando lo pienso y analizo. Estoy vacío. Y duele sentirse de esta forma. Ver el abismo y tus pies al borde de él. Mirar detrás de ti y tener a todos los que te siguen contemplando cada uno de tus pasos como si ellos no tuvieran voluntad de elegir su propio destino. Y esa misma tristeza me lleva a la desesperación por no poder cambiar este sentimiento. Esta emoción. Esta personalidad. Hasta que cualquier excusa me sirve para liberarme y pagarlo con alguien; conmigo. 

No es un número el que me aflige cada mañana cuando me peso. Es una excusa más para maltratarme. De redimirme. De pensar que si no me corto las piernas, ni los brazos, al menos esto es algo igual de destructivo y liberador. El comer y vomitar cuando quiero. Como quiero. Hasta donde quiero. Y sangrar si es necesario para comprobar una y otra vez que mi sangre es roja como la de cualquier otro. Que soy como los demás aunque no me sienta parte de ellos. Que, como decía mi eterno amigo Nietzsche y aunque sea difícil de asumir, soy...

Humano, demasiado humano.



PD: Como siempre, yo siempre respondo los comentarios cuando comentáis. Si me dedicáis tiempo, yo también os lo dedico. Gracias por todo.


sábado, 10 de enero de 2015

Fuck off, you world


Es tarde. Para ver. Para respirar. Son muchas las cosas que podría escribir pero pocas las ganas que tengo. Sin más. Un torrente. Una vorágine. Un todo. Un nada. Vivir o soñar. Escoger la cara de una sola moneda. Cruz. O muerte. Quizá un aliento. Una pequeña luz o una quimera. Qué más da. A quién le importa. ¿A quién le importa?

A mí no. A nadie realmente, pero a todos a su vez. Escondido. Llorando. Tan pequeño. Tan frágil. Tan suave. Tan, tan, tan... 

Aquí o allá. Rígido y frío, Oscuro. Muy oscuro. Tan oscuro que da miedo. Y tan solitario que los gritos se opacan. Una palabra: desesperación. Pecado

Las palabras no fluyen. Se estancan. Se cierra el cerebro. Densidad. O estupidez. Solo queda vomitar palabras dispersas. Sin coherencia ni sentido. Sin vida. Sin utilidad. Me colapsa la tristeza. Me sobrepasa el desdén hacia todo. Hacia la Tierra. Hacia el Unvierso.

No soy yo quien quiere escribir versos hermosos ni rimas eternas. No soy aquel quien pueda pronunciar más alto que el viento sus deseos más secretos. Su inmortalidad. Su amor; aquel que desgarra horizontes y desata fronteras.

Me consume el mal humor en todas sus variantes. El cansancio. No encontrar el punto exacto en el que seguir o parar; hacer carreras infinitas entre estrellas y planetas. Sí, estoy cansado. De todo. De todos. De .

Quiero salir a respirar pero la misma sensación de ahogo me lo impide. Quiero salir a gritar, pero las cuerdas vocales no suenan. ¡Quiero tantas cosas! Y son tan fáciles para algunos y tan complicadas para mí.

Intento no ofuscarme por lo que no merece la pena y decirme a mí mismo: "Let it go", pero hay muchas cosas que me molestan de demasiada gente. No me refiero a personas en concreto, no; es más bien que algunos hablan sin pensar. Y eso me enfada. Por lo general me callo y lo dejo pasar porque aunque invierta mucho tiempo en ello la gente no hace caso, pero a veces me cuesta e intento exponer de forma coherente lo que pienso; lo que el mundo debería ser. Y el resultado es el mismo: Te replican, piensan que igual tienes razón y te dejan con la palabra en la boca.

Me pondría a contar por qué estoy así pero no vale ni la pena porque es gastar tiempo en vano. Solo que, en definitiva, si el mundo fuera un poco más tolerante con los demás, con sus creencias, religión o etnia, quizá este puto planeta sería un lugar un poco mejor, y lo digo yo, un desgraciado que a pesar de pensar que su vida apesta al menos tolera a los que no piensan como él. O lo intenta, hasta que escucha cosas como "Esa raza/cultura debería desaparecer y morirse todos", A veces la gente olvida que España no hace tantos años era igual o peor, que la Inquisición no está tan lejos de nosotros. Pero lo pasado, pasado está... Y la historia manchada de sangre no le interesa a nadie. Ni tampoco cometer los mismos errores.

Y lo odio. Porque este mundo está muy enfermo como para añadir más cosas. Más dolor. Más rechazo. Algunos olvidan que los demás padecen, sufren y sienten. Que son de carne y hueso como la bendita raza suprema. Como los blancos. Como yo. Si a mí que por lo general me resbala todo me hace llegar a una conclusión tan fácil y sencilla, ¿por qué otros no?. El problema es ser un radical, sea uno blanco, negro o gris. Los extremos son malos y yo bien que lo sé. Pero a veces, lo que algunos no comprenden, yo lo veo claro y limpio. Y lo que otros ven fácil para mí es un mundo completo.


Si no nos respetamos a nosotros mismos, cómo vamos a respetar a un animal que es, teóricamente, inferior.


Y algo que generalmente ignoraría simplemente se pone sobre mi espalda y me hace sentir más cansado de lo habitual. Sumando que mi alimentación va a peor y que creo que tengo que tener una anemia extrema porque en cuanto me levanto por la mañana a los treinta minutos ya estoy cansado. No me apetece salir de casa ni de hacer nada en concreto. Estoy totalmente KO.

Quiero no respirar.