martes, 24 de febrero de 2015

Porque sí



Buena compañía. Buena música. Buenas conversaciones. He pasado unos días fuera del país y ha sido interesante. Siempre me ha gustado viajar y conocer otras partes, aunque sea por poco tiempo. Ahora tengo que preparar la mudanza porque el domingo cambio de zona y de casa; un sitio más urbano y una especie de loft de dos pisos con muebles de diseño (lo que me gusta, vaya. Poco mueble, ordenado y bonito a la vista). Así que toca empacar todo... Ahí vamos.

Hoy me he puesto estúpido leyendo una conversación de hace cinco años que guardo en mi anterior blog. Una conversación que yo creo que es más afín con Romeo y Julieta que con la vida real. Prefiero no ponerla porque me da hasta vergüenza. Una persona que durante un tiempo me hizo pensar que ser como soy no es tan horrible como creía; que me dijo que a pesar de ser una mierda de personas merecíamos algo más de lo que pensábamos. Una persona que como yo no tenía ni metas por las que vivir ni sueños que cumplir pero que sin embargo seguía respirando. Que prometió quererme pasara lo que pasara por y para siempre porque era idiota (lo siento, no encuentro ninguna razón. Si ahora soy insoportable antes tenía que serlo más...). Pero para gustos, colores. Y esa persona hoy en día sigue en mi vida, viviendo en la misma casa y tolerando mis tonterías a pesar de que le he llegado a dañar más de lo que cualquier persona podría soportar.

Así que por ti y porque me da la gana: Gracias :) No suelo decirte estas tonterías porque se me da un poco como el culo pero me gusta verte cada día. Me gusta cuando nos reímos hasta llorar. Me gusta que discutamos de política, religión, música o temas estúpidos. Me gusta porque vivimos en paz en una burbuja y ajenos al mundo con perspectivas muy parecidas. Me gusta porque a veces no tengo que hablar para que tú sepas qué me ocurre. Me gusta porque aceptas lo que pienso y cómo lo hago, aunque eso pudiera ser hiriente para mucha gente; y eso a su vez me hace sentir cómodo. Me gusta porque te preocupa que me muera pero aún así me dejas elegir sin imponerme nada.

Te aprecio. Probablemente tú me otorgas más de lo que yo te doy y de lo que te podré dar nunca por mi incapacidad a todo lo relacionado con la apatía y la forma de sentir las cosas, pero aún así eres de esas pocas personas que valen la pena y que aunque nadie lo perciba porque no te gusta destacar, eres especial. A tu forma. A tu manera. Y seguramente te heriré aún más conforme pase el tiempo, pero también sé que no te despegarías de mí aunque llegara el apocalipsis zombie (¿te imaginas?) 

Así que por favor quédate donde estás y recuérdame de vez en cuando que no soy tan malo. Que la vida no es tan injusta y que seguirás quemando croquetas cuando te pongas a cocinarlas (y me da la risa cada vez que lo recuerdo y rememorizo lo indignado que me sentí porque se te carbonizaran).

Y no sé qué más escribir. Solo gracias de nuevo por ser quien eres y soportar mis tonterías con el peso, el mal humor, cuando te regaño, cuando me indigno y me callo; por todo, creo yo, que sigo sin entender cómo narices puedes lograr convivir conmigo.

Gracias idiota.



martes, 17 de febrero de 2015

Literature



Estoy totalmente OUT. Debo dedicar tiempo a la gente que he dejado en España y a la gente nueva de aquí para hacerme un hueco y ser visible (para variar), así que simplemente dedico toda mi energía a conversaciones estúpidas que no llevan a ninguna parte pero que parece que les gustan. Las cosas funcionan igual en todas partes.

Fuera de todo esto, el viernes pasado decidí hablar con un colega que vivía en mi pueblo. Es alguien con que interactuo de forma regular porque tenemos intereses comunes (películas, videojuegos...) y al que quería decirle hace muchos años sobre mi otro lado. Mi otro yo. Después de aguantar muchas malas palabras de mi parte, situaciones y épocas en las que básicamente yo desaparecía a pesar de vivir a dos calles, creo que se lo debía. Le hice un resumen muy resumido y creo que se quedó en shock. Me dijo que algo suponía que me ocurría pero que ni de lejos podía imaginar tantas cosas y que ahora entendía mejor muchas situaciones o épocas (después de todo fuimos 'amigos' muchos años). Obviamente se lo conté porque sé que no se lo va a decir a nadie y porque en el fondo sé que estando al otro lado del mundo estoy a salvo de cualquier problema que podría surgir (aunque sé que no ocurrirá). Me dio las gracias y se acabó. Desde ese día hemos hablado como siempre lo habíamos hecho, como si nada ocurriera, aunque probablemente más de un momento le de un poco a la bola y se ralle con todo lo que le dije. 

Pero es lo de siempre, quién podría ver entre versos. Quién podría saber que bajo esa sonrisa y buena fe hay lo que hay. Creo que solo un tipo de persona; el tipo de persona que está igual de enferma que quien está observando. 


Ciego y torcido,
perdido en un desierto,
amargo y tenue como un árbol opaco,
enredando vórtices infinitos y doblando cristales,
entre suspiros entrecortados y desdibujados.

Sauce muerto,
libertad troncada,
hojas que caen y se pierden en un mar lejano
mientras los hilos crujen bajo huesos oscuros,
lúgubre sentir, momento y espacio
donde los gritos se ahogan y las voces enmudecen.

No hay paz para ellos,
ni tan siquiera en los reinos más lejanos,
donde no solo se aletargan las almas
si no que plañen entre aullidos mudos.

Vivir la voluntad de un Dios
que no ha demostrado ser digno de devociones,
ni tan siquiera de un rezo muerto,
pues falló y herró como un humano lo haría.

Perdido y sin raíces,
ahogado entre deseos ya lejanos,
desteñido y ausente en un lugar remoto 
donde nadie alcanza a ver
ni el más pequeño fulgor.

Quebrado,
fracturado,
rasgado,
roto y extraviado,
en un mundo donde nadie le ve,
donde los pájaros son sordos y las nubes ciegas,
donde las sogas cuelgan y el viento acalla,
donde no hay refugio,
ni paz,
ni tan siquiera vida.

Un perdón sin sinceridad,
una lealtad marchita
junto el peso de la soledad entre brazos lacerados
y palabras acalladas.

 Vivir,
vivir y sentir,
tan dulce y frío,
tan suave e impío,
tan duro y exhaustivo,
tan propio de ti;
de mí.
De los dos.

Mi Dios carente,
mi afable apatía,
mi amor en versos,
mi necesidad y hastío
que trunca palabras y escupe sangre
embadurnando sentimientos
que creías inexistentes.

Fuiste desterrado y lacerado
desde fuera hacia dentro,
corrompido como el propio Nybras,
arrastrado al infierno y devorado
mientras yo aguardaba en un lecho de navajas
y oraba al mismo Dios que me traicionó.

Deidad y humano,
eternidad descompuesta,
susurros depravados entre alcobas perdidas.
Tacto áspero.
Gemidos angostos.
Amor estrecho.
Movimientos serenos y pasos suaves.

Vomita tus versos;
tus colapsadas lágrimas;
tu más ingenuo deseo.

Agárrame entre tus brazos,
rómpeme.
Haz lo que debías hacer.
Sé quien debías ser:
Un Dios.
Un Dios digno que derriba lo que ama.
Un Dios capaz de destruir con tal de sobrevivir.

Un Dios humano.
Más humano que cualquiera.




lunes, 9 de febrero de 2015

Mons☨er




Intento hacer las cosas correctamente; como Dios manda, dirían algunos. Lo intento de verdad. Alejo como puedo los pensamientos negativos e intento no darle demasiadas vueltas a las cosas. Vivo el momento. Intento no vomitar tanto aunque hacerlo provoca que no coma (y es algo muy difícil para mí, os lo aseguro), pero un solo momento de flaqueza inevitable hace que devore todo cuanto pueda y lo vomite. ¿Por qué? Porque si no me entra tal desánimo que me puedo tirar horas mirando fijamente la pared mientras me martirizo pensando en el número, que después de todo mi parte semi-lógica dice que ese quilo de más es producto de una ensalada y del agua que he bebido; pero la otra parte piensa que un quilo es demasiado, así que todo se va el garete y parezco una máquina que repite las mismas palabras: Estoy gordo

Soy una persona que tiene pocas fotos, sobre todo con otras personas. Nunca me han gustado. Las odio. Odio verme porque empiezo a sacar un defecto tras otro, hasta el infinito. Sin embargo este año pasado he intentado hacerme un poco más tolerante y eso conlleva a tener fotos con amigxs. Me veo al lado de los demás que, para mí, están correctos de peso y yo, obviamente, parezco un insecto a su lado. Pequeño. Poca cosa. Y veo que mi percepción es totalmente errónea (lo confirmo, más bien). Pero es ponerme delante del espejo de frente, de lado o haciendo el pino y me veo como un mamut. Y odio esa sensación porque agobio a los demás a preguntas estúpidas sobre mi peso donde todos acaban diciendo lo mismo: "Estás bien. Estás delgado. Eres poca cosa". Y eso me toca los huevos porque me siento engañado. Busco que me den la razón cuando no la tengo. 

Cuando me enfado mucho, como (de momento) he dejado los cortes, me da por clavar las uñas en el brazo a base de golpes. Generalmente solo quedan los arañazos o retazos de sangre, pero no, esta vez tengo un moratón que ocupa la mitad del brazo que parece un arcoiris. Y supongo que tengo que dar gracias de desatar la rabia conmigo mismo y no con los demás, porque de no ser así no sé dónde acabaría ni cómo.

Me da miedo el hecho de pensar que puedo dañar a alguien físicamente. Pánico. Pavor. Solo ocurrió una vez y fue en medio de una pelea con una ex, básicamente porque estábamos discutiendo y mientras lloraba y me gritaba lo insensible que era le daba por agarrarme de los brazos y tirar de ellos para que le hiciera caso. A pesar de todas las veces que le dije que no hiciera eso y no me tocara (porque me pone de muy mal humor en una situación así) continuó con ello, hasta que la empujé para separarla con la mala pata que le partí el labio. Creo que esa noche acabé peor yo que ella (incluso creo que terminó consolándome porque yo creía que me iba a morir). Intento pensar por qué me aterra algo tan simple si nunca he tenido una experiencia en un ámbito similar y cuando he hecho daño (y hago y haré) psicológico como para escribir un libro sin importarme ni un ápice; al final siempre llego a la conclusión de que tengo miedo de mí. De dónde podría llegar sin ese límite y sin los remordimientos que parecen no existir en mí.

Porque sí, ese día me sentí mal. Estúpidamente mal. Pero lo peor es que no me sentí mal por ella sino por mí, porque incumplí mi código y me autodecepcioné; aún siendo un accidente. Siempre he pensado que nadie tiene derecho a decidir sobre otra vida, ni tan siquiera la de un animal, pero por otra parte soy seguidor de cualquier asesino en serie que capte mi atención hasta el punto de aprender su vida y entrevistas (presupongo que siento curiosidad por una mente así).

Somos frágiles. Vulnerables. Somos la ceniza que se esparce en el cielo y desaparece sin dejar rastro. Somos carne y huesos. Somos parte de un destino totalmente incierto que no tiene nombre ni voz. No tiene nada

No hay nada.
Ni aquí.
Ni allá.
Ni en ninguna parte.
Solo polvo.
Viento.
Soledad.