domingo, 27 de abril de 2014

Confessions




Es imposible mantener la mente limpia durante mucho tiempo. Cuando menos te das cuenta pum, ya estás de nuevo en el mismo sitio, sepultado entre recuerdos y desesperanzas, alimentándote de la soledad y la muerte. Esperas eternamente algo que no sabes qué es exactamente pero que por otra parte sabes que terminará ocurriendo. ¿Y si todos esperamos lo mismo? ¿Y si todos, en el fondo, contemplamos estáticos el final de la propia Vida?.

Necesitamos hacer cosas. Deseamos hacerlas. Triunfar. Mejorar. Ser quienes creemos que debemos ser, ¿para qué? Para tener una vida digna, lo más rápido posible, porque nunca sabemos cuándo será tarde. Por otro lado están esos especímenes tan especiales que se autodestruyen a sí mismos, acelerando el proceso de la propia Vida, aunque no saben muy bien por qué.

Ni vivos. Ni muertos. Ni nada. Queriendo vivir y morir al mismo tiempo, porque ni una ni la otra parte es lo suficiente buena como para permanecer eternamente en ella; así que se mantienen más o menos en pie, esperando que ocurra algo. A veces lo intentan y fracasan. Otras salen victoriosos, pero al final es lo mismo, anhedonia. Ni placer. Ni interés. Ni satisfacción. Vacío. Hueco. Opaco y translúcido al mismo tiempo.

Y a veces me pregunto si no soy yo mismo el aborto de una sociedad que ha muerto desde hace mucho tiempo. El ser silencioso que sonríe pero que en el fondo está sepultado entre ovillos de lana que no le dejan pensar. El ser que les critica, que les corrige, que les odia y que sin embargo dice amarles. Lo que ellos han creado: La muerte en vida. Bello por fuera, muerto por dentro. 

Y entre mi egocentrismo también cabe odio. Mucho odio que pocas personas pueden ver. Solo cuando alguien decide afrontarse a mí es cuando crezco y uso mi mente como arma de doble filo. De lo contrario soy mi peor enemigo. El profesor insaciable que nunca está contento porque su mejor alumno no es capaz de aprender lo suficiente con él como para sacar un diez en todos los exámenes. Pero un ocho no significa una derrota. No siempre tiene que ser culpa del profesor, ¿o sí?.

Límites. Límites. Nosotros imponemos nuestros límites. El conformismo solo lleva a la derrota. Si no exigimos nuestra mente solo seremos un punto más. Un punto más entre muchos. ¿Quién quiere ser un mediocre? Quién. Quién. Quizá todos aquellos quienes no buscan la perfección en nada. Quienes prefieren una vida digna antes que destacar. Quienes quieren vivir entre sus deseos y amigos antes que la autoexigencia que lleva a la destrucción.

¿Y por qué entonces algunos buscamos los límites? ¿Qué nos lleva a ello si no una insatisfacción extrema con este mundo? ¿Con esta sociedad? ¿Quién es el culpable?

¿La vida?

¿Los humanos?

¿El cerebro?


¡¿Quién?!

Cuántas noches he llorando preguntándome el por qué de todas estas emociones. Por qué soy tan diferente. Por qué soy tan estúpido. Por qué enseño lo que no soy. Por qué después de tantos, tantos, tantos años, nadie ha sido capaz de ver mi fondo. He crecido haciéndome daño. Daño de verdad. En mi cuerpo, en mi estómago, en mi propia mente. Me he odiado. Me odio. Y eso me convierte a sentir todo dentro de mí, opaco. Por qué soy tan estúpidamente hermoso para los demás. Por qué me ven en algunas ocasiones como un ser tan jodidamente diferente y especial. Irreemplazable. Intocable. ¿Cuántos humanos hay en el mundo como yo? 

Y al final es lo mismo. No soy especial. Solo aparento serlo. En el fondo soy uno más entre la multitud al que a veces, algunas veces, se le reconoce lo bien que hace las cosas. Y saber esto duele, porque la gente me resulta tan estúpida e incoherente que odio ser como ellos. Odio saber que tras mi actitud, mis palabras y mi pensamiento hay una explicación. Lo odio porque durante la mayor parte de mi vida he intentado no ser como los demás. No ser un punto más. Pero aún el humano más famoso y grande que ha existido en este planeta, hoy por hoy, es un punto más; esté en libros históricos o no. 

Y eso es lo que somos.

Un punto.
Un punto más.
Un punto entre muchos.



sábado, 26 de abril de 2014

Fair



Me siento muy agradecido con esta vida por darme la oportunidad de experimentar otra tendinitis en menos de dos semanas. Es maravilloso. Me inclino ante vos, mi señora.

En fin, vaya mierda. No hay cosa que odie más que este dolor ante movimientos básicos que me impide realizar mil acciones como buen diestro que soy. Y me ofusca mucho. No puedo hacer casi nada y bah.

Por otra parte vuelvo a estar físicamente solo. Y eso no me gusta. Porque de ahí nace el aburrimiento, y del aburrimiento pasamos a la frustración y la ansiedad. ¿El peso? Igual. Sube y baja. Se equilibra y decae según el día. 

No sé muy bien qué contar. Me siento simplemente vacío. Es una palabra que encaja al máximo con mi estado actual. No tengo muy claro si me siento triste, o feliz, o esperanzado, o hueco, o muerto. Nada. No hay nada. Un vacío sin fin que puede guardar todas y ninguna de las emociones.

Y también tengo el cerebro hueco. Tan hueco que no me salen ni las palabras, y eso ocurre en muy pocas ocasiones. No es buen día, ni malo, ni nada. Es un día más, entre muchos.

Bah, estoy aquí de nuevo y vengo para publicar bastante frecuente.


jueves, 17 de abril de 2014

Welcome back, my prince.



Y es que al final el mundo gira.
Gira y se destruye.
Se evapora entre suspiros.
Entre almas destrozadas.
Entra la propia nada.

Y yo sigo respirando. Al menos de momento. Entre mis días buenos y no tan buenos. Entre versos y pensamientos. Entre el sol de la mañana y el terror de la noche. Vivo y coexisto en el mismo plano que otros tantos humanos. 

Mi peso me taladra el cerebro. Día tras día. Tengo hambre pero no quiero comer. Si como, vomito. Tengo ansiedad constante que me lleva a atracones. Y aún puedo estar agradecido de estar acompañado por alguien que logra tolerar todo cuanto soy, aunque a veces me pregunte el porqué. Una persona como pocas que llegó hace ya muchos años en mi vida gracias a Internet y que, a pesar de todo cuanto le he dicho o hecho, a permanecido ahí, estático. Una persona a la que le puedo decir que voy a vomitar y que lo comprende; a su forma y manera.

Y al final todo es lo mismo: Mi vida no es tan mala como a veces pienso. No lo es, pero hay cosas que por bien o mal me han marcado y han hecho que yo sea quien soy. El ser presente aquí y ahora, del que pocos o nadie podría sentirse orgulloso.  Y siempre pienso que las mismas vivencias en un adulto no ocasionarían el mismo daño; al menos no tan atroz. Pero, ¿quién es capaz de controlar la mente de un niño? Si no habla. Ni se queja. Ni llora. Solo se destruye en silencio, enredando un hilo y formando un gran ovillo. 

Quién es el culpable si no la propia Vida que a veces es una gran hija de puta, que nos destroza y apresa entre sus paredes de carne. Nos ahoga. Nos asfixia. Nos ata de forma que no encontramos respuestas ni soluciones a nuestros dilemas, sean cuales sean.

Y la suerte no acompaña, teniendo en cuenta que en este periodo que no he escrito ha sido porque mi madre tenía presuntamente un esguince (y sigue, con lo cual ya dicen que debe ser algo roto) y yo acabé con una tendinitis en la mano derecha que no me permitía escribir apenas.

Necesito un cóctel de pastillas que me deje KO durante un par de días. Tengo esa inmunda sensación de que la fuerza se escapa de mi cuerpo, cada día un poco más y que la Muerte se avecina. Sé que hay un final para todo. Para todos. Lo sé y de alguna forma lo aprecio. Lo anhelo. Saber que yo también puedo morir me provoca más bienestar que dolor, porque quiere decir que dentro de mi mundo, de mi sufrimiento, yo sigo siendo igual que los demás.

Ese ser diminuto entre tantos millones. Ese ser que se siente tan triste y solo. Ese ser que su peor enemigo es él mismo. Quien decide odiar por odiar o amar hasta reventar. Quien complace. Quien sonríe. Quien vive y respira.

Y en el fondo sé que no soy tan especial. Mi literatura puede resultar interesante. Mis palabras. Mi vida. Mis gestos. Pero soy igual que ellos; incluso peor. Hay momentos en los que pienso en mi vida, en mis acontecimientos pasados y me pregunto por qué soy así, cómo a veces puedo llegar a ser un cabrón tan desalmado. Cómo puede ser que nadie pueda importarme. Cómo puede ser que no sienta aprecio por nadie. Aprecio real.

Y eso me hace sentir solo. A la vez de solo, frío. Y no es una sensación que me complazca ni me reconforte; al revés. Incluso alguien como yo a veces desearía ser un poco más normal. Preocuparse por temas más triviales. Disfrutar un poco más de la vida... de los humanos.