lunes, 27 de enero de 2014

El principio hacia la autodestrucción



¿Y ahora por qué te ha dado por adelgazar tanto?

Porque sí, ¿no puedo?

Claro que sí, hombre, más faltaría.


Y con esas palabras que provienen de los labios de mi progenitora empieza todo.
El principio del final.


Siempre he sido una persona que ha odiado el deporte. Jamás me ha interesado. Ni tan siquiera en mis peores épocas. Nunca lo he visto como un medio para bajar peso y que me resultara llamativo. Pero las personas cambian, y con ello sus gustos. Sus pensamientos. Su todo. 

Hace días que decidí empezar a correr. Hasta ahora salía a andar una hora diaria con mi perra, pero me dije: ¿Por qué no haces algo más? Y hoy ha llegado ese día. El día en que me he puesto a correr. Hacía años; muchos años que no corría. Desde que tenía 16 años aproximadamente. 

Tengo asma bronquial con lo que no me resulta difícil hacer deportes que requieran una respiración profunda. Y se nota. No estoy cansado pero mientras corría mi alma expiraba. Necesitaba aire y mi cuerpo abría la boca para respirar; se me congelaban las amígdalas y me mareaba. Me mareaba porque no como. Porque vomito. Porque mi cuerpo cada día está más al límite

He estado días sin postear porque no me apetecía. No me sentía con ganas. No noto ningún cambio en mí, pero los demás si lo hacen.

La dieta milagrosa

Creo que cinco o seis personas ya me han dicho que he bajado mucho peso. Demasiado, quizá. Me preguntan cómo lo he hecho. Esperan la receta milagrosa. Aquella que les arrancará la grasa y les hará ser más felices con ellos mismos. ¡Qué equivocados están! Cuando les explico que, simplemente, salgo a andar una hora diaria y que no como nada entre el almuerzo y la cena su mirada se trunca. Esperan algo más. Ese secreto que parece, a sus ojos, que yo guardo cual tesoro. Pero para qué nos vamos a engañar: Existe

Señoras y señores, voy a contarles mi secreto. Porque fuera de ese intento de halago por su parte, lo que me provocan es asco. Mi secreto es estar enfermo. No quererme. No apreciarme. Vomitar la mayoría de cosas que como o, en su defecto, comer poco. Les garantizo que funciona; el único contra es que gracias a ello padecerán de: poca autoestima, mal humor, soledad, depresión, síntomas físicos que se desarrollarán con el tiempo en los que puede incluirse el cáncer de garganta, sufrimiento, sentimiento de abandono, distorsión, lágrimas vacías, inutilidad... Y les aseguro que podría continuar. Probablemente si desean empezar en ello tendrán una sensación de control absoluto, pero les advierto que es totalmente falaz. Les dominará y destrozará cada parte de sus vidas hasta la saciedad. Nunca será suficiente

Llevo días muy triste. Hueco. Desaparecido. Ausente del mundo real. Espero un cambio y lo veo lejos de mí. Muy lejos. Tanto que no sé cuándo llegará. Si aún seguiré en pie esperando que algo cambie. Me siento muy decaído y sé que estoy en una de las peores fases de mi vida; pero lo afronto diferente. Intento tomarme las cosas de forma apática para que no me afecten. Muero de asco ante personas, actos, momentos... pero callo. Aguanto. Mi opinión no interesa. 

Y lloro. Un día tras otro. Lloro por el hueco que se prolonga a través de la garganta hasta el estómago. Por esa sensación de no estar ni vivo, ni muerto, ni aquí, ni allá. La sensación de no importarle absolutamente nada a nadie. Y no es así. Claro que no. Pero es esa distorsión de la realidad; de mí mismo, la que me apresa a esa sensación.

No quiero alargarme más. Siento haberme ausentado y espero que todos los que leáis este blog estéis bien. Cualquier cosa que necesitéis por aquí estaré, como siempre. 

jueves, 16 de enero de 2014

Posttraumatic stress disorder



Sube, sube. 
Sin miedo.


Sin rabia.
Vive.


Llevo días muy apático. Intento sobrellevarlo. Estar normal. Sonreír. Sentir. Como lo haría cualquier chico de mi edad. Pero la verdad es que hay momentos en que todo el espectáculo decae en cuestión de segundos y una fuerte rabia, tristeza y un vacío aterrador se apoderan de ti. Te sientes totalmente perdido. Sin saber dónde ir ni qué hacer, así que tu mente deambula de lado a lado, como una joven con camisón blanco a través de un pasillo, y al final acabas con una conclusión:

La vida es una mierda y no sé por qué sigo vivo.

Y desde ese momento hasta que amanece un nuevo día es lo único que importa. Todo estará mal. Te inundarán todos los pensamientos negativos posibles y acabarás hasta las mismas narices de ti, de tu alrededor, de tu futuro, de tu alma y hasta de tu pie. Y esto es así.

Por otro lado, gracias a Daniela que planteó una duda en los comentarios se me ha ocurrido un poco explicar por qué soy así. Qué me llevo a ello, más o menos, pero sin llegar a contarlo en realidad. Digamos que es un resumen de un libro con muchos capítulos que a nadie, o pocos, le gustaría leer.

Cuando tenía aproximadamente 12 años empezó todo. Padecí estrés postraumático debido a una vivencia emocionalmente extrema y fuerte para un niño de mi edad. En el momento no me afectó, ni tan siquiera me di cuenta del cambio, pero éste mismo fue llegando poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Pasé a ser un crío totalmente normal a vestir solo de negro. Me sentía mal con el mundo y, por ello, decidí ponerme a leer libros de filosofía, que no entendía mucho, pero que me gustaban. Mi favorito por aquel entonces era Nietzsche. Poco a poco, tampoco sin saber cómo, comencé a cortarme. Me hacía sentir bien. Me sentía vacío y aquello me decía que yo, en aquel momento, seguía entre los vivos. 

Comía compulsivamente. Engordé, por supuesto, aunque eso a mí no me importaba demasiado. Encontré un mundo para mí: La escritura. Todo lo que no era capaz de decir a la gente, lo que guardaba en mi interior, el miedo, la ansiedad, la tristeza, podía reflejarlo entre letras, aunque nadie más lo leyera. Forjé mi doble personalidad. Delante de los demás y detrás. Siempre era el que hacía reír, el que hablaba, el que no tenía problemas... ¿Y luego? Brazos llenos de cortes. Tenía ideas de muerte diariamente (eso no ha cambiado) y me sentía más muerto que vivo, luego vino el interés por los cadáveres. Sonreía por sonreír. Hacía las cosas por hacerlas. Estaba sepultado, pero a mí todo aquello me parecía normal. Normal. Por decirlo de alguna forma.

Llegué a los 16. Estaba mal, como era de esperar. Empezaba a ser consciente de mi depresión. De que era muy muy muy distinto a todos los que me rodeaban en clase. Que mis pensamientos no eran la base de esta sociedad, ni tan siquiera de mi edad. Pero yo simplemente seguía mi camino. Escribiendo, pintando, estudiando como cualquier otro. Hasta que un día, unas vacaciones con mis abuelos que duraron dos semanas, comencé a vomitar. ¿Por qué? No lo sé. Yo desconocía qué era la bulimia. Pero lo hice y me sentí bien. Otro día, lo mismo. Y otro, y otro. Cuando acabaron las vacaciones yo  había perdido peso y era notable, pero fuera de preocupaciones, mis padres, mis tíos, mis abuelos, todos se empeñaron a decirme en lo bien que estaba. Y yo que no me quería absolutamente nada decidí escucharles. No solo eso si no que el hecho de echar las tripas por la boca me hacía sentir tan bien como cortarme. ¿Por qué algo así tenía que ser algo malo?

Mi TCA -trastorno de conducta alimentaria- no solo viene desde ese momento, si no desde que comencé a tragar comida por ansiedad. Porque sí, a veces, la gente gorda también tiene problemas. No quiere decir que se queden sentados comiendo porque sí. Pero eso la sociedad no lo entiende. Solo lo hacen cuando eres un esqueleto humano y desnutrido. Es irónico.

Desde ese momento todo fue un declive prolongado. Mi mente era algo pensante. Necesitaba darle vueltas a las cosas. Conocer humanos y comprarse. Fue desarrollándose y volviéndose inteligente. Comencé a manipular a las personas, ¿por qué no?. Si podían ofrecerme algo que quería yo lo conseguía, siendo cauteloso, cariñoso, simpático, culto... No importaba de qué forma. Lo quería. A veces quería personas para mí y también lo lograba, hasta que me cansaba de ellas. Yo seguía vomitando, nada más me importaba. 

Mi oscuridad. Mi mundo. Mi dimensión.

Eso era todo. Los años han ido pasando hasta tener a este espécimen aquí escribiendo. ¿Me arrepiento? No. Para nada. Todos usamos y somos usados. No siento empatía por la gente, pero sin embargo, si veo alguien mal y puedo ayudarle lo hago; por mí, no por ellos. Me he vuelto una especie de depredador. Sé demasiado bien cómo son las personas en general o, de alguna forma, he comprendido la esencia del ser humano; la cadena que hace que todos, en el fondo, tengamos un comportamiento muy parecido. Y esto no lo digo yo si no que lo dicen los demás. Gestos. Actitudes. Todo ello nos define y todo ello hace que mostremos el lado más débil de nosotros mismos y que, a su vez, seamos las víctimas de otros depredadores. ¿O me equivoco?

Y yo no soy la excepción. Solo que es difícil diferenciar mi "Yo del mundo exterior" a mi "Yo real"; pero si en algún momento quiero que una persona sepa quien soy, me expongo. Y no tengo miedo porque previamente he analizado, conocido y puesto a prueba a esa persona.

Somos más fuertes de lo que creemos, al final.


Y todo esto es lo que me hace ser lo que soy.
¿Único?
No.

¿Diferente?
Lo justo.

¿Retorcido?
Lo dudo.

Pero no me oculto en buenas palabras y en actos banales.

Humano, demasiado humano.

Yo, aquí presente, soy uno más, entre la multitud, 
que no tiene miedo de -a veces- decir quién es, qué hace o cómo se comporta,
pero que sabe que no todos son capaces de entenderlo,
ni de aceptarlo.




martes, 14 de enero de 2014

As time goes by




Hay algo dentro de mí. Algo que se remueve, por decirlo de alguna forma. Dios sabe que intento ser lo más optimista posible; y uso el nombre de Dios en vano porque no soy creyente, ni quisiera serlo. Siempre he sido agnóstico (que no ateo) y he vivido con ello de forma libre. Un ser tan racional es difícil que sea, a su vez, un humano ilusionado en que hay algo más allá de la carne putrefacta que adorna las calles de nuestro mundo.

Estoy estancado, una especie de parón interior que no sé en qué desembocará. La idea de muerte me ronda en la cabeza día tras día e intento apartarlo de mí, hacer cosas, centrarme en algo más allá de los problemas o las emociones que me ganan a cada segundo.

Pienso en vomitar. Me aguanto. Empiezo a comer y ya lo hago sabiendo que acabará en lo más hondo del retrete. Me ofusco. Yo no quiero, pero a su vez, debo. 

Me siento como en una especie de frasco emocional. Como si todo lo que ahora siento tan dispar se reuniera bajo un mismo título: Estupidez, volumen 4888 del sujeto 222332291. No quiero que esto me domine. Necesito pararlo pero no sé cómo. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Por qué justo ahora empieza a removerse mi cerebro? ¿Es una época más? La siento más dura que nunca. Como si esta vez fuera realmente peor que las otras, pero supongo que eso me ocurre en cada una de este tipo de etapas.

La depresión cala hondo en todo cuanto hago. La desgana. La incertidumbre. La obsesión. Necesito ver un poco más allá de donde estoy ahora, pero no tengo muy claro cómo hacerlo. Quizá esperando llegue alguna solución. Quizá todo se vaya diluyendo poco a poco hasta volver a mi Época dorada donde la alegría y la ambición recorra de nuevo mis venas. Lo más extraño de este momento es que todo el mundo dice que nunca me han visto tan bien, tan feliz, tan sonriente, tan lleno de energía... Es una especie de depresión risueña que me ata a actuar de esa forma. Me siento mejor así. Es como manipular a los demás, pero sin llegar a hacerlo. 


Ellos ven lo que quieren ver.
O, en su defecto, lo que yo quiero que vean.



Y ahora me levanto, voy al baño y vacío todo el almuerzo. Como más pienso en ello más me impulsa a hacerlo. Me siento bien sin nada en mi interior, pero hay veces que también me siento así con el estómago más lleno. Así que supongo que va a días.

¡Un día más entre muchos!

sábado, 11 de enero de 2014

Y se fue lejos del horizonte.



Había empezado bien el día. Un día más, entre muchos. Pero no. Basta un segundo. Una milésima de segundo para que todo se venga abajo. Para que todo desaparezca y que yo, pobre infeliz, quede soterrado en lo más profundo del manantial. Hoy me siento estúpidamente artístico. Días en los que quiero crear pero no sé ni el qué. 

Antes de empezar a exponer mi vida me gustaría daros las gracias a todos los que no os enfadasteis con mi post de ProAna & ProMia. Y a quien lo hizo, me importa un bledo. También quiero dar las gracias a los nuevos subscriptores, que habéis superado mis expectativas y, por supuesto, a los comentarios que dejáis invirtiendo vuestro tiempo en ello. Quizá son cosas que al final resultan casi insignificantes pero que ayudan a seguir y a no dejarlo. 

Necesito un poco de paz mental. No sé muy bien cómo conseguirla pero realmente lo necesito. Estoy más o menos contento en general con mi vida actual. Las cosas no van realmente mal, pero yo . Tengo una recaída, clara y translúcida, y eso quiera que no se refleja en mi humor, en mi alegría social, en mis pensamientos y, por supuesto, en mi cuerpo.

Muchas veces me pregunto qué significa ser débil. ¿Yo lo soy? Mucha gente me ha dicho que soy fuerte. Que tengo una capacidad asombrosa en muchos ámbitos. Que no todo el mundo podría afrontar la vida como lo he hecho yo después de las vivencias pasadas. Pero vivir así sí es débil. Es la forma más cómoda de refugiarse de todo lo que siento, del malestar que me atormenta, de las pocas ganas de que se produzca un cambio. Porque sí, los cambios me asustan. Me asustan porque así, tal como soy, es como he crecido desde pequeño. No conozco ninguna parte más de la vida, aunque puedo percibirla en los demás. Por eso si sonrío, no fuerzo mis músculos, es natural, porque lo he aprendido y visto en los que me rodeaban. Pero luego todo vuelve a su sitio, y ahí estoy yo, siendo feliz entre cuatro paredes acompañado de un animal y escribiendo mi vida, mis ideas, mis momentos... ¿Para qué? Para nada, por supuesto, como siempre.

¿Suicidarse es de débiles?

Mi respuesta es que no. Comprendo el malestar de un familiar o un amigo cuando eso sucede. Por supuesto los lazos afectivos siempre forman parte de nuestras vidas. Pero, ¿realmente somos tan egoístas?. Es fácil juzgar desde fuera, pensar que era un cobarde que no sabía afrontar la vida y que esa fue la solución más rápida. ¿Os habéis planteado nunca qué hay que sentir para llegar a acabar con tu propio cuerpo? ¿Cuánto dolor? ¿Cuánto tormento? ¿Que todos los que te rodean no son suficiente como para vivir por ellos?

La respuesta es no.

A veces nos obcecamos en algo. Pensamos tener razón y juzgamos deliberadamente. Pero hay momentos en los que hay que detenerse y pensar de forma racional. Nuestra vida no es la vida de los demás. Nuestras vivencias no son las vivencias de los demás. Una misma situación afecta a dos humanos de formas muy distinta. Unos hablan mientras otros callan. Unos lloran mientras otros gritan. Unos sonríen y otros ofenden. ¡Son tantos los resultados posibles! Al final solo nos queda respetar a los demás. Su vida, su decisión. Pero eso no quiere decir que no debamos ayudar a quienes se encuentran en ese límite. Es por eso que cuando alguien está triste no importa qué tontería sea la que le haga estar así, lo mejor es demostrarle que hay alguien en este mundo podrido que está a su lado dispuesto a levantarle; aunque éste mismo sea un desconocido.

Y sí, yo tengo gente así. Poca. Poca gente que me conoce. Que lo que escribo aquí lo saben y que estarían dispuestos a casi todo por mí. Pero una parte muy importante es aceptar la ayuda y, con ello, la inteligencia corre en contra de todo pronóstico. Soy testaduro, frío y no me importa la opinión de los demás, incluso de aquellos que han demostrado ser los más fieles. No me importan, porque así he crecido, pero que de alguna forma les aprecio, a mi forma y manera. Y supongo que con eso se sienten satisfechos y bien.

¡La vida, dulce armonía!

Vamos a ver qué sale hoy de estos inmundos dedos; Here we go:


Lagunas,
lágrimas confusas,
sentimientos opacos,
vida inconexa.


Flores marchitas,

muerte en versos,
sentimientos expuestos
en un amanecer roto.

Gritos,
luces difusas,
olor neutro,
sonrisa desfigurada.

Soledad entre pétalos,
viento lunar,
oscuridad bajo el sol,
sombras desérticas.

Ya no hay amor
ni tan siquiera devoción
por aquel pequeño ser
que dejó su vida en un atardecer.

No hay esperanza,
ni tan siquiera valor,
para quien abandonó todo cuanto había considerado suyo
y fue desterrado en la llanura del olvido.

Lagunas,
lágrimas confusas,
sentimientos opacos,
vida inconexa.

Retos sin sentido,
la muerte de frente,
el alma decaída,
las flores nuevamente marchitas.

No hay sensaciones,
ni pétalos,
ni lunas,
ni besos a escondidas.

Todo perdido y enterrado,
entre letras sin sentido
y manos frías.

Secretos inconfesos,
voces temblorosas,
gemidos apagados.

Una pérdida más que aceptar,
un vacío abismal enfrente de ti,
agonía entre versos,
rabia entre dientes,
cuchillo entre manos.

Un minuto,
un segundo,
una eternidad más.

Un momento para los dos,
para confesar nuestros deseos,
para reforzar nuestros lazos,
para que pueda perforarte a traición.

Bendita soledad,
solo tú podrías acogerme
en tu seno y devoción. 

Carcómeme entre letras lisas,
entre párrafos oscuros,
entre gritos ahogados.

Lagunas,
lágrimas confusas,
sentimientos inconexos,
vida rota.

jueves, 9 de enero de 2014

Mi vida, mis versos.


Y eso es todo, decían.

La vida no es más que una tragicomedia. El telón se eleva, los actores realizan la función y luego, cada uno, sigue con su vida. Es el pez que se muerde la cola y que resulta tan estúpido que no puede darse cuenta de que se está dañando a si mismo.

Mi propia vida ha sido siempre un absoluto caos. No sé muy bien ni cómo he logrado llegar vivo hasta ahora pero, sin duda, lo he hecho. Yo siempre he sido el hombre más fuerte de este mundo. Y lo seré. ¿Verdad?

He borrado ya tres líneas el contenido de lo que estoy escribiendo porque no sé muy bien de qué hablar. ¡Tengo tantas cosas por decir! ¡Por escribir! Pero al tema. Voy a empezar a divagar y a ver qué surge de todo esto.

Creo que una gran parte de mí se ama. Considero que estoy un paso por delante de la media mundial en muchos temas. Mi mente es, de alguna forma, brillante. Tengo una capacidad de escribir, expresarme y de creación en general que es asombrosa. Soy muy elocuente. Socializo rápido. Encajo demasiado bien con cualquier persona con la que yo quiera encajar. Manipulo a los demás, simplemente porque me gusta hacerlo. Me aprovecho de la gente y la uso, porque no tengo remordimientos. Y cuando digo que no tengo, es que no tengo. No sé por qué, pero me importan tan poco los humanos, que haga lo que haga, no me siento mal (pero nunca haría daño físico a nadie, no va con mi ética).

Sin embargo, otra parte se odia. Mucho. ¿Por qué no soy perfecto? Pero qué es la perfección si no una sola palabra. Quiero abarcar más y más del mundo. Quiero saberlo todo. Quiero tener todos los temas en mi mano y dominarlos; todas las materias. Quiero ser lo que ningún humano no ha sido jamás. Y eso, por supuesto, es imposible. Mi físico me resulta odioso. No quiero ser otra persona. No quiero parecerme a nadie porque los demás son humanos, como yo, y eso es realmente asqueroso y sucio. Pero sí quiero ser diferente.

Quiero, a la vez que odio, que la gente me mire. Quiero que vean lo que ellos deseen ver. Quiero ser perfectos para ellos. Quiero ser su sueño hecho realidad. Y en su mayoría de ocasiones, si a mí me interesa, lo logro. ¿Para qué? Para nada.

Me aburro. Desde que tengo uso de razón este planeta me ha resultado muy plano, vacío y totalmente hueco. Busco metas, alicientes, pero todo lo controlo en poco tiempo. Todo se me da bien. "Todo" es exagerar, por supuesto que hay cosas que me resultarían costosas o imposibles, pero ya me entendéis.

Cuando era pequeño todo el mundo quería que fuera mil cosas. Incluso en la adolescencia. Porque yo, el niño más fuerte del mundo, podía hacerlo todo. Sabía escribir, sabía dibujar, sabía expresarme, sabía cantar... ¿Y a quién le importaba lo que sentía después de todo el niño?

A nadie.

Y así es como el pequeño se forjó. Entre halagos y oídos sordos, sin creer a nadie, sin confiar en nadie, mejorando cada día para ser algo distinto a los que le ensuciaban la mente. Pero él no se daba cuenta, simplemente seguía un camino que creía correcto.

Hasta hoy. Muchos años después. Tan vivo. Tan roto. Tan agónico como siempre deseé. Siempre me he sentido muy unido a la muerte. Desde que tengo uso de razón he querido tener un pie allá. Quizá porque desde que tengo razón he permanecido en un estado depresivo constante. Recuerdo que con 14 años me imprimía fotos de cadáveres y los guardaba en una carpeta, simplemente por el hecho de que "Aquella belleza efímera que había permanecido durante tantos años impoluta, empezaba a podrirse y a desintegrarse. Y todo aquello demostraba la debilidad del ser humano". Por suerte, esa época pasó. No siento ya devoción por un cadáver, pero tampoco me produce rechazo. No me produce nada. 

¿Qué niño podía hacer esas cosas con 14 años?
Yo.

Y ahora vivo entre el amor y el odio. Entre la vida y la muerte. Entre la sensación de satisfacción y de vacío. Ni aquí, ni allá. Ni en ninguna parte. Libre y a la vez esclavizado por algo a lo que no podría poner nombre.

Yo, el niño más fuerte del mundo.
Yo, el único que podría entenderme.

lunes, 6 de enero de 2014

ProAna & ProMia + Tips


Buenas a tod@s y, para empezar, que tengáis un buen año y blahblablah.

No he escrito porque no me apetecía, la verdad. Estoy entretenido en el mundo de los videojuegos y tampoco quiero darle demasiadas vueltas a las cosas. Sin embargo, como es lógico (o no) sigo bajando peso (no sé ni cómo), y todo ello me ha hecho iniciar este post.

Sinceramente, vuestra vida no me interesa. Algunos de vuestros blogs sí, por eso los leo, pero después de todo no sois absolutamente nadie. Una vez aclarado esa parte del mensaje, vamos a proseguir con:

¡¡El alucinante mundo de Ana y Mia!!

Ana y Mia son dos niñas que muchas/os conocéis. Os encantan. Estáis profundamente enamoradas/os de ellas y eso, a su vez, os hace ser seres estúpidos y carentes de significado. Y sí, claro, diréis: "Muy bonito el ejemplo que das vomitando ocho años sin parar". Pero aquí la diferencia es clara: Yo soy consciente de que estoy enfermo. Muy enfermo. Que estoy obsesionado con hacerme daño por razones personales que ahora mismo no vienen a cuento y que, por mucho o poco que pese, no me voy a querer. Solo es una forma más de estar mal. 

Me enferma, literalmente, ver a la gente regodearse en la basura. Pero si algo me cabrea de verdad es que os deis tips. Me da igual cuán horribles os puedan parecer mis palabras o el amor que sintáis por ellas, pero si algo tengo claro es que yo nunca, jamás, daría tips para que otras personas estuvieran enfermas y jodieran su salud hasta puntos insospechados.

Porque sí, al principio todos los obesos del mundo pueden ser felices por bajar rápido y bien. El problema llega cuando la enfermedad se desarrolla y te carcome el cerebro. Cada vez más. Más. Más. Da igual hasta cuándo, solo puedes pensar en: "Yo lo controlo, no pasa nada, cuando quiera paro". Pero no es así, señoras y señores, cuando te das cuenta es demasiado tarde.

No entiendo la obsesión por tener el cuerpo perfecto. Cuidar el físico solo hará descuidar la mente y, a su vez, de esta forma, destrozaros los intestinos. Es hermoso. Sobre todo cuando lleguéis al punto en el que se vuelva crónico y ni tan siquiera digiráis la comida (como a mí me ocurre, por ejemplo). Os lo aconsejo encarecidamente.

Much@s de vosotros no estaréis de acuerdo conmigo y, como dije al inicio, me importa un bledo. Si tenéis dos dedos de frente lo entenderéis y, si no, sin más, podéis ignorarlo. Pero en el fondo sabéis que si escribís de forma anónima u os escondéis la comida/vomitáis es porque de lo contrario os arrastrarían a un hospital y os diagnosticarían un trastorno de la conducta alimentaria. Y es lo que es. Un grave problema mental. Una obsesión. Una enfermedad en todas sus posibles definiciones.

Os podéis mentir llamándolas como dos niñas adorables, podéis hacerlo mientras maltratáis vuestro cuerpo  para que alguien os vea el culo flaco y desee acostarse una noche loca. Podéis porque sois libres, como yo lo soy de escribir esto y de vomitar todo lo que quiero; pero antes de dar consejos de cómo matarse, maltratarse y joderse la vida a gente que aún tiene una posibilidad mínima de quererse, aceptarse o de bajar peso de forma sana, no la metáis en esto.

No os sintáis aludidos los que, al menos, como yo, sois conscientes del mundo y de esta basura con la que convivimos. Vosotros me caéis bien.