lunes, 27 de octubre de 2014

Feliz cumpleaños, estúpido



¡Ah...! Un año más que se suma a la fila de otros tantos. Veinticinco. Con una mente de viejo y una apariencia de dieciséis. No deja de resultarme curioso que la gente me pregunte si soy mayor de edad. Sí, lo soy. No es mi culpa tener esta cara de niño perpetuo e inocente. Tengo que ser el sueño de cualquier pederasta. Hace un par de domingos me preguntaron, casi afirmándolo, si era ruso. ¿En serio? Tengo que tener una mezcla de etnias un poco variadas porque ya han pensado que soy rumano, medio asiático, marroquí y ahora ruso... Y unos sitios con otros tienen rasgos totalmente diferentes. ¡En fin! En algo había que destacar. Supongo que en parte, dentro de lo malo, me gusta. Lo diferente atrae. Y está comprobado cuando la gente te describe como una belleza atípica, especial y bonita. ¡Pues me alegro pos ustedes! Ya me gustaría a mí verme tan bien...

Se nota que hoy no tengo ganas de filosofar ¿eh? Así que vengo a contar un poco de mi vida, que generalmente no lo hago, pero hoy me apetece. El próximo mes me mudo de país. Lejos. Tan lejos como de España a Costa Rica. Las razones son muchas y variadas, pero creo que todas ellas son buenas. Aunque está claro que hay cosas que seguirán igual... Ya me entendéis

Por otro lado entre ayer y hoy mi tía y abuela me han dicho que estoy demasiado delgado. ¿Soy el único que se ofende cuando le dicen eso? Es decir, no, estoy normal. Lo que va a ser un peso sano. Si se me marcan algo más los huesos como las clavículas es porque son grandes. Y para qué engañarnos, me encanta. Muchas veces me entretengo tocándolos y me gusta lo duros que están. La sensación de que tras el hueso hay un abismo que se hunde entre carne y piel. Lo mismo con las caderas. Apoyar los brazos ahí estando acostado y sentir algo rígido bajo mi piel. Duro, muy duro (qué mal suena), es algo que me resulta horriblemente hermoso. Las costillas sobresalidas y el estómago semi-plano. Me gusta arquear la espalda y que cada uno de los huesos asomen como agujas. Poder colocar los dedos dentro de ellos. No sé si es un fetiche o algo similar; pero es así, me gusta mucho poder agarrar los huesos y apretarlos fuerte, que no se hunden, que son fuertes. ....Ah....

Por cierto, suelo contestar los mensajes en el mismo sitio donde los dejáis.

Y ahora me apetece escribir, así que improvisaré algo; con su permiso.


Entre silencios exasperantes y palabras huecas,
entre miradas comprometedoras y labios sellados,
entre actos cómplices y sonrisas muertas.
Entre tú y yo.
Un abismo; dos quizá.
Sepultados entre el tiempo y aferrados a las espinas llamadas Vida.

Ser o sentir,
vivir o enterrarnos bajo el manto de la noche.

La lluvia recita fugaz una leyenda que permanece opaca ya,
canta veloz y llora feliz,
entre silencios exasperantes y palabras huecas,
olvidando el tiempo y sintiendo el frío.

Recuerdos que te inundan y emociones que niegas,
entre miradas comprometedoras y labios sellados,
buscando la raíz de todo y el juicio final del comienzo.

Un poema; dos quizá.
Entre tú y yo.
Entre actos cómplices y sonrisas muertas.
En la impía alcoba que aguarda nuestra juventud perdida. 
Nuestro deseo inconfeso.
Nuestra Muerte en verso.

Algo más lejano a cualquier emoción terrenal.
Más inhumano.
Más sádico.
Más necio.

Capaces somos pues de ensuciar la suave franela que te rodea.
El pequeño manto que te cobija,
bajo estrellas y luces,
donde sueñas y esperas.

Dulce apatía.

Quiero. 
Deseo.
Anhelo destripar tu alma.
Besar tus miedos.
Abrazar tus deseos.
Descubrir tu esencia.
Entre silencios exasperantes y palabras huecas,
entre miradas comprometedoras y labios sellados,
entre actos cómplices y sonrisas muertas.
Entre tú y yo.
Un abismo; dos quizá.
Sepultados entre el tiempo y aferrados a las espinas llamadas Vida.

Dulce. Dulce apatía.





martes, 21 de octubre de 2014

Vueltas eternas en un nido de soledad



Cuando el propio Destino se arrodilla ante la Vida. Cuando todo permanece encauzado hacia un mismo lugar, ¿qué es lo que hay que hacer exactamente? ¿Esperar? Para qué. Dónde lleva eso si no a la propia autodestrucción. Al vacío que todos temen. A esa sensación tan conocida por algunos que te estrangula y te recuerda lo mismo. Una y otra vez, de forma incesante: Eres un inútil. Aunque los demás colapsen tus oídos de buenas palabras y regalen flores por tus actos. Por esa maldita sensación de que estás solo en este extraño mundo. Que nadie entiende ninguna de tus palabras, ni tan siquiera saben ver a través de tus actos valerosos que fuera de estar repletos de medallas son gritos de auxilio. Y tienes miedo. De ti. De la vida. De la gente. De lo que sientes. De lo que podrías llegar a hacer. Temes vivir. Y te odias. Por lo que dices, por lo que haces, por cómo actúas. Y lo analizas meticulosamente una vez y otra para que no haya ningún error por pequeño que sea. Y sonríes como un niño cuando otros se arrastran por ti mientras les miras desde arriba, porque eso te llena, te hace sentir vivo y fuerte; porque ellos no saben, ni sabrán, qué es lo que realmente hay debajo de esa coraza. De esa falta de escrúpulos. De esa lengua bífida que consigue romper sus esquemas. 

Y aún cuando soy yo quien decide quitarse la armadura ante algunas personas, sigo siendo el mismo incompetente que se muestra fuerte. Que asume su problema y aún así te sonríe cara a cara sin problema. Que come. Que actúa estúpidamente normal; como si nada ocurriera. Y ellos se lo creen. Y te tratan como un colega más. No pasa nada. Te estás matando y ellos lo saben, pero no es momento para filosofar ni para darte ninguna lección porque eso te molestaría. Así que hay como un pacto secreto que no está escrito pero permanece inmutable con el paso del tiempo.

Házlo. Destrúyete. Te preguntas si realmente le importará a alguien. Si alguien arrastraría el dolor de tu muerte durante años y años. Y sabes que . Que hay gente que no superaría jamás tu perdida, que simplemente, de una forma u otra, seguirían adelante pero te mantendrían en sus pensamientos día tras día. Que se sentirían mal y se preguntarían por qué no te ayudaron. Por qué no hicieron nada en contra de tu voluntad. Y se culparían mientras otros preguntarían qué es lo que ha ocurrido y qué te ha llevado a eso, "con lo simpático que tú eras y lo feliz que se te veía". Y ellos, los que sabrían la verdad, asentirían sin decir nada. Porque sería tarde para cambiar nada. 

Hay días en los que me siento muy pequeño. Demasiado pequeño. Una parte ínfima de este mundo que no sirve ni vale para nada. Y eso me deprime. Me opaca, de alguna forma, la claridad con la que suelo hacer las cosas. Intento darme un día de descanso sin vomitar, pero por X ó Y al final acabo con los dedos atrancados a la garganta y las uñas rasgando la carne, vaciando el estómago. Siento dolor cuando como, pero aún así no llego a saciarme. Tengo un vacío constante. Y más de una vez me pregunto cómo aguanto. Cómo puede ser que con lo que como, que es realmente poco, pueda aguantar tanto. Algún mareo al levantar y se acabó. Nada más. No sé si he estado tantos años sometido a esto que está acostumbrado o qué, pero su resistencia me asombra incluso a mí, que haciendo esfuerzo físico o deporte aguanta como un auténtico campeón. Y los que me conocen y saben de esto también se lo plantean e incluso me preguntan cómo es posible, que ellos, bajo mis circunstancias estarían ya en el suelo. ¿Suerte? Como sea, supongo que abusar de esta protección no debe ser muy ideal, pero ya que la naturaleza, por el momento, me la ofrece, voy a aprovecharla. "Y que sea lo que Dios quiera", como diría un cristiano normal y corriente. 

Y al final todo esto se resume con dos palabras:

Soy idiota.



sábado, 18 de octubre de 2014

Dilemas


Quiero escribir y hablar. Quiero gritar. Respirar el aire denso hasta que mis pulmones revienten. Sentir la libertad a veces insana de no ser nadie. De no sentir nada. Pero a quién vamos a engañar sino a nosotros mismos, fingiendo que todo nos importa más bien poco. Que somos humanos, poco humanos. Que no tenemos apenas emociones. Que no sentimos amor. Ni pena. Ni absolutamente nada. Pero nos mentimos. Día tras día lo hacemos. La verdad es que hay actitudes de otra gente que te ponen nervioso. Que te enfadan. Que te hacen sentir mal. Pero hay un momento en el que tu mente te dice: "No pasa nada. No te importa. Déjalo estar. ¿Qué más da?". Y lo haces. Y vuelves a sentirte bien. Aunque posiblemente un momento u otro llegará ese recuerdo a ti; ese malestar, que te ayudará a rememorarlo. Quieras o no. Pero de nuevo, tu cerebro, como buen amigo que es, te repetirá las mismas palabras; y, por supuesto, le escucharás.

No es que haya ocurrido nada relevante ni interesante en mi vida. Simplemente son cosas que pasan. Actitudes globalizadas que me crispan y me hacen sentir un maldito freak. Y lo peor es cuando intento explicar por qué me molesta... ¡Y no lo entienden! Es como: "Oh, en serio no puedes comprender algo tan absurdamente... ¿lógico? ¿O es que hacerlo desmontaría tus esquemas y no te interesa verlo?". Algo así. Pero luego pienso que quizá soy yo quien se equivoca. Quien ve las cosas desde la perspectiva incorrecta. Pongo las hipótesis sobre la mesa, intento analizarlas de forma totalmente objetiva, pero al final me sigue pareciendo lo mismo: Su forma de vivir o de pensar está fuertemente condicionada por la educación y la sociedad hasta tal punto que cosas totalmente incomprensibles les parecen normales. Y sí, yo soy parte de la sociedad, pero me he tomado horas... años, más bien, en intentar analizar mi vida y mi pensamiento. ¿Es eso, a caso, incorrecto?

Por poner un ejemplo, hay algo que no consigo entender. Al inicio de mi blog dije que soy un come-hierbas. Y sin duda empatizo mucho más con un animal que con el ser humano en sí; eso del especismo parece no ir conmigo. Y es algo que, cuando estoy en confianza, hablo con los de mi alrededor. Yo jamás impondré mi forma de pensar al resto de las personas. No tengo ningún interés. Ni tan siquiera comparto mis pensamientos con la comunidad Veg. que a veces son incluso más absurdos que los otros. Simplemente planteo una pregunta, que nunca, jamás, nadie me puede responder, porque en el fondo lo saben y duele aceptarlo: ¿Por qué tantos millones de habitantes están en contra del maltrato animal -toros, perros, gatos...- pero sin embargo consumen carne producto de una cadena donde se veja y destroza a un animal totalmente vivo? Y me explico. En los mataderos industriales los seres vivos habitantes en ellos están en unas condiciones pésimas. Pésimas de verdad. En cajas recluidos. Heridos. Malnutridos. Hormonados. Semi-desangrados cuando les llega el momento o haciéndoles sufrir. ¿Por qué la gente no quiere verlo? Su respuesta es siempre: Si tuviera que hacerlo yo, no lo haría. ¡No fastidies! ¿En serio? No puedo entenderlo. Lo intento. Lo he intentado desde hace años y no lo logro.Y sí, yo también he comido carne durante la mayor parte de mi vida, hasta que me di cuenta que sentía aflicción por un gato al que le tiran piedras y luego me comía un pollo maltratado. Y desde entonces he intentado ser coherente con mi mundo interior; con mis propios pensamientos. Realmente este tema no me importaría tanto si los animales estuvieran tratados correctamente. Es decir, que se criaran de forma digna y les mataran sin que sintieran dolor (y existen granjas así, pero la carne entonces aumenta en precio y eso no interesa a casi nadie). Pero eso no es posible, porque la humanidad prefiere apartar la mirada y seguir protestando por un perro moribundo mientras comen un bistec que ha sufrido más que el propio can. Aún así no juzgo a nadie. Se que la gente hace lo que le enseñan, y de eso, no tienen culpa. Tampoco creo que yo tenga la razón. Solo intento ser, como dije, coherente con mis pensamientos; al igual que habrá gente que le de igual una vida de un perro, gallina o caballo; y están en su derecho. Hay de todo. Pero esa poca coherencia, en este tema y otros muchos, me increpa. Sobre todo por los que intentan burlarse de mi alimentación o me dicen tonterías sobre ella. No me juzgues y no te juzgaré. Tú tu vida, yo la mía. Si yo te respeto, respétame. ¿Es tan difícil? Por suerte hoy en día es algo bastante extendido y la gente no se sorprende cuando dices que no comes carne. También se van concienciando. Y eso está bien.

Y sí, supongo que es extraño que tenga tanta devoción por un animal. Siempre la he tenido, desde pequeño. Tengo tres perros y una es especialmente mía. Y la quiero. La amo. De verdad. Me hace reír. Me hace querer abrazarla y besarla. Me siento bien agarrándola a mi brazo o mordiéndole la oreja. Y la prefiero antes que muchas personas. Antes que a la mayoría. Así que volvemos a lo mismo, el especismo, o lo que va siendo lo mismo: No ir de cara a los de mi especie, no es lo mismo. Puedo valorar, objetivamente, ambas vidas. Y no me gustaría elegir entre una de ellas, pero en líneas general, prefiero estar acompañado de un animal que de un humano zoquete (que haberlos, haylos). 

En fin, dejando esto te lado, que empiezo a escribir y no paro. Con el peso voy fatal. Estoy en modo obsessive, pero a niveles que no sé si lo había estado jamás. Poco que como me parece un mundo. Un mundo de verdad. Se me hace pesado aguantar una comida dentro. Tengo la necesidad de vomitar. Y pesarme. Y comer. Y vomitar. Y pesarme. Durante todo el día. Y eso incrementa la ansiedad. No estoy realmente mal. Estoy bastante neutro. Pero no puedo dejar de preguntarme dónde llevará esto

Al final, al principio...
Un camino hacia la nada.







lunes, 13 de octubre de 2014

I'm not weak. I'm not strong.


Aprecio el silencio. Lo he hecho siempre. Me siento cómodo con él, envolviéndome. A veces lo acompaña la música. Otras veces está solo, deambulando por los pasillos de la Vida, como un espectro más. Alguien que está por aquí, y ya sabes quién eres, me dijo que si seguía por el camino en el que me encuentro acabaría internado. Que las cosas han empeorado mucho de cinco meses aquí. Y yo lo veo; claro que sí. Soy totalmente consciente. Y eso lo hace peor. 

No es que me haya rendido. Me niego a pensar en ello. Simplemente he dejado de intentarlo. La comida se me ha vuelto un mundo completo. Tengo la sensación de que como demasiado. Luego veo que he comido dos huevos hervidos en todo el día y que eso, obviamente, no es nada. Pero lo siento tan distinto. ¡Es tanto! Y lo acompaña el sentimiento, la emoción, el pensamiento de: "Estás mal. Loco. Insano. ¿Dónde ha quedado la cordura? La objetividad. Mueve ese trasero plano que tienes y haz algo por ti. Por tu vida. Mañana puede ser tarde. Puede serlo, pero te da igual. ¡¿Por qué te da tan igual?! TU vida es buena. Joder. Lo es. Tienes todo lo que necesitas, incluso gente que te ama por quien eres. Por como eres. Por ser este maldito sociópata que no le importa nada ni nadie. Y aún así te adoran. Te cuidan. Se preocupan por ti. Y tú eres tan sumamente ingrato que te da igual y sigues a lo tuyo. Con tu mierda. Con tus pensamientos. A tu rollo. Lo que pasa es que eres idiota. Punto". 

Y al final es lo único coherente que veo y entiendo. El mundo, en su globalidad, me asquea. Cuando ellos abren el pico provocan que me sienta extraño y diferente. Como si no fuera parte de su realidad. Como si tuviera que avergonzarme por ser quién soy o por pensar lo que pienso.

Por supuesto debo admitir que la vida me ha condicionado. Todo tiene un inicio así como un final. Y la verdad es que no conozco otra forma de ser. Desde que tengo uso de razón ésta ha sido mi dimensión. Pútrida e infernal. Con pensamientos desordenados. Con aflicción por la vida. Tan absurdamente bonito para los demás, tan echo polvo debajo la ropa. Heridas. Cicatrices. Sangre. Más sangre. Y la tranquilidad de verme sangrar. De que estoy vivo, como los demás. Que mi sangre no es azul. Que soy igual al resto. Ni más ni menos. 

Me pregunto qué busco. A quién. Qué espero. Lo hago cada día. Me cuestiono por qué no puedo levantarme feliz y acostarme igual que he levantado. Por qué hay picos de emociones y sentimientos que se mezclan. Por qué me invade el vacío. Por qué aunque me esfuerzo mi cuerpo entra en depresión. Y el mundo muere. Desaparece. Se evapora en un suspiro y me deja en los brazos de nadie

Luego, enfoco el futuro. ¿Qué hay para mí? ¿Un hospital? ¿Medicamentos? ¿Ser como el resto? ¿Vivir una vida sin cuestionar absolutamente nada, asentir y sonreír? No quiero eso. En absoluto. Solo pensarlo me aterra. Vivir en la ignorancia de la felicidad con el pensamiento de que solo yo tengo razón (como la mayoría) no me provoca demasiado beneplácito. 

Es como dar vueltas en un circuito cerrado. Las mismas preguntas, siempre sin respuestas. La indecisión. El placer del control. El dolor. Todo junto. Mezclado y siendo uno. 

He cenado tofu y me siento relleno. Obeso. Repleto. El estómago hinchado. Y me da demasiado asco. Me siento demasiado mal. Pero teniendo en cuenta que llevo dos días echando sangre (probablemente porque tendré alguna herida en el esófago) mejor me estoy quieto.

Fuck off, you world.



viernes, 10 de octubre de 2014

Mi más oscuro deseo



Mi más oscuro secreto, aquel que permanece enterrado entre la Vida y la Muerte, que emerge sin aviso y que nubla mi mente. El que me atormenta en las noches de vacío y tristeza, que se disfraza con sonrisas estúpidas y cuentos vacíos. El más inconfeso de todos los pecados. El pensamiento más aterrador. Esforzarse para ser quien uno no es. Fingir. Todo está bien. Todo está bien. Y me lo repito una vez y otra. Que yo puedo, que soy el niño más fuerte de este mundo, que mi carga no es más que una utópica y romántica sensación de la que deseo retroalimentarme para así poder aferrarme a algo que existe. Que sigue latente bajo la piel. Que me da coraje para seguir en este camino de la propia autodestrucción. Y aún así a veces me pregunto si realmente soy consciente de lo que hago con mi vida; con mi cuerpo. Con mi propia alma. Entierro los últimos alientos bajo las sábanas y seco las lágrimas con gritos. Golpeo el cielo y muerdo el propio Infierno.

Siento aflicción por seguir respirando y, sin duda, siempre me he sentido conectado a la muerte. Siempre me ha resultado llamativa, embriagadora, hermosa a su forma. Y he encontrado la belleza en la deformidad. En la propia enfermedad. Me resulta absurdamente bonito un cuerpo enfermo. Una extravagancia. Un error de la naturaleza. Los huesos sobresaliendo, punzando la piel. Cuando era un adolescente, o quizá un pre-adolescente, me conformaba observando esas personas. Personas carcomidas por el miedo, el dolor, por la propia Vida que parecía estrangularles. Y casi, sin darme ni cuenta, yo pasé a ser uno más de aquella muchedumbre. Paso a paso escribí mis relatos. Mis oscuros pensamientos. Mis deseos más insanos.

Quiero una piel horrorosa. Quiero cortes. Quiero delgadez. Quiero ojeras. No quiero ser hermoso. No quiero serlo. 

Y pasaron los años y yo seguía siendo alguien normal. Estúpidamente normal. Con una mente brillante y muchos kilos encima... De lo que, extrañamente, a nadie parecía importarle. Yo gustaba a los demás. Mi personalidad fuerte. Mi inteligencia. Mi hipotética empatía. Les atraía y eso, sin duda, era muy placentero para mí, porque podía jugar con ellos como marionetas. Les introducía muy poco a poco en mi mundo y después les aplastaba como insectos. Como si no fueran nadie. Les dañaba con palabras. Les demostraba lo poco que eran para mí. Y su dolor me llenaba. Me hacía sentir más humano. Sus lágrimas, sus reproches, no eran más que música para mis oídos. YO controlaba su vida y les echaba de la mía cuando YO quería.

Claro, ahora, tras casi diez años, puedo entender que eso no estaba bien. Que no lo está, aunque siga siendo el mismo que entonces. Ahora, supongo, intento no hacerlo, aunque a veces es imposible... Y esas veces siguen resultándome tan placenteras como entonces. 

He madurado, claro que lo he hecho. Todos lo hacemos, de una forma u otra. Sigo sin poder empatizar con los demás, aunque eso no me supone un problema. Es así y no debo cuestionármelo. Pero no solo ha cambiado mi mente, también lo ha hecho mi cuerpo. Y también lo ha hecho mi enfermedad

Cuando era joven, muy joven, sobre los 12 o 13 años, era comedor-compulsivo. Mi desdén por la vida  y mi engrosada insatisfacción me hacían comer, comer y comer. Pero un día cambió y comencé a vomitar, por allá a los 16 años. A épocas más, a épocas menos, pero siempre constante. Y eso te hace cambiar. Mucho además. Y los escondes de tal forma que después de casi nueve años nadie de tu alrededor lo sabe. Es tu secreto. Tu oscuro secreto. Pero aún es más secreto, más aterrador, el porqué lo haces. 


¿Por qué? 


No. No quiero entrar en un pantalón. No. No quiero ser un modelo. No quiero ser hermoso para nadie. Solo quiero ser un ser con peso bajo, ojeras y huesos que sobresalen. Solo quiero eso. Quiero ser lo que siempre he admirado. Por lo que mi mente se ha visto irremediablemente atraído. 

Deseo. Deseo poder tener a mi vera todos cuanto quiera. Tirar de los cables. Jugar. Retorcer vidas. Desquebrajar virtudes y que aflorezcan los defectos. Un humano imperfecto. Hermoso y horrible. El doble filo de la vida. Lo grotesco. Delicado. Quiero decirle al mundo quién soy. Qué soy. Este pequeño monstruo de anhedonia infinita. Que no está feliz, ni triste, ni nada. Que solo vive el día a día. Que sonríe y asiente. Que escucha. Que está ahí pero no está. Que se muestra ausente y a la vez presente. Que es negro y blanco al mismo tiempo.

Quiero ser lo que no soy. Lo que soy. Como el viento y la tormenta. Quiero la calma, el cielo y la luz, al tiempo que anhelo la hermosa oscuridad. El oscuro deseo. La manipulación. Quiero entender lo que otros no pueden. Puedo desmembrar a los humanos y comprender qué  les impulsa a vivir. Cada uno de ellos. Aplastar a los parásitos. Alabar a los débiles y cuidar de ellos con la más utópica fragilidad.

Ser. No ser. Vivir y sentir. Que yo soy el chico más fuerte de este mundo. Aquel que todo lo ve. Aquel que asiente aún en silencio. Quien sonríe y llora. Quien ofrece su mano al mismo tiempo que ata tu cuello. Soy quien tú quieras que sea. Soy una sombra. Una quimera. Una fantasía rota. Una mente inmadura degradada por el tiempo y espacio infinito.

Soy quien soy. Sin cambios. Sin virtudes ni defectos. Sin respiración ni aliento.


viernes, 3 de octubre de 2014

Tierra húmeda



Un sueño. Una realidad. Una quimera ficticia. Un aliento desgarrado y un sueño desvalijado. Es, de nuevo, como sentir el frío viento recorrer cada poro de mi piel. Como la tormenta abrasando las nubes. Las exhaustas llanuras gritando en el olvido y las uñas despegándose de la carne entre versos. No son exclamaciones, ni tan siquiera sueños, lo que yo busco en esta tierra maldita. Es algo tan simple de lo que cualquier humano huiría. 

Humano, demasiado humano. Palabras escuetas y ciertamente infames que se clavan y perforan cada rincón de este pequeño ser. Lucha constante entre adversidades inquebrantables, como la propia ley de Dios, otorgada y sentenciada para los más débiles. Acatar y morder. Degollar el alma. Acariciar el viento. Sentirse libre aún dentro de la jaula de carne y hueso, preso de emociones y deseos que jamás serán escuchados.  

Siguen y suman todos los años ya atrás que admiran ahora un futuro perdido y nefasto. Ruinas colapsadas y cuerpos inertes. Cánticos que entremezclan el olor a tierra húmeda y seres que se pierden en el horizonte. A veces me cuestiono qué hay más allá, si se encuentra la paz o la destrucción, si realmente uno es libre o  si permanece atado a las cuerdas de su propia condena.

Tantas preguntas. Tanta ansiedad. Tanto saber que se pierde en el olvido. Y ya no hay nada. Absolutamente nada. Blanco y negro. Ambos y ninguno. Letras inconexas. Sentidos inversos. Significados ocultos y miedos expuestos. Fui. Soy. Quiero ser. Seré. Y en intentos banales que perecen entre letras de un ser excéntrico acaba todo. 

La redención no estuvo hecha para alguien así. El pecado inconfeso. Susurros que nadie escucha, entremezclados entre finos hilos de saliva manchada de sangre. Emociones vomitadas. Y un solo pensamiento, impuro y sucio como el propio ser humano: Rómpeme. Destrózame. Arrebátame la máscara que he arrastrado desde eones atrás. Aprieta al propio Destino. Arranca sus intestinos. 

Quién soy yo si no uno más entre el gentío. Un grito que se ahoga en un mar repleto de angustia. Unos versos sin significado ni cordura. Una llamada al dolor. Al sentimiento. Al pánico. Al propio colapso.

Humano, demasiado humano.
Fui. Soy. Quiero ser. Seré.
Y en intentos banales que perecen entre letras de un ser excéntrico acaba todo.



jueves, 2 de octubre de 2014

Welcome back, my prince


Hace tiempo que no escribo. Simplemente porque no me apetecía. Porque no tenía fuerzas y, sobre todo, porque debo ser el humano menos constante de este planeta. A veces me apetece más, otras menos, aunque es verdad que este Blog me da una liberación que otros sitios, gente o medicamentos no.

No he estado nada en concreto. O sí. Me he inmerso un poco más en algunos de los hobbies y he ido conociendo gente. Me he dado cuenta que a medida que me hago mayor y selecciono a la gente de mi alrededor, voy abriéndome según mis análisis ante ellos. He conocido una chica maravillosa con la que puedo hablar de todo, literalmente. No sé muy bien si es la edad o que simplemente conectamos bien; o su pasado, que en su forma, es algo turbio. Supongo que es lo que la gente llaman "una mejor amiga", aunque no esperaba tener una nunca (del sexo femenino, me refiero, con todos mis respetos). Y eso está bien. Diga lo que le diga lo aguanta, aunque a veces no me escapo de la típica charla maternal -que valoro- porque obviamente se preocupa por mi integridad. También puedo compartir mis más internos y oscuros deseos con ella, aunque eso era algo que ya hacía con alguien del sexo opuesto. ¡Uno de cada, no está mal! 

Anímicamente... Decir que estoy bien sería mentir sin escrúpulos. El TCA no ha mejorado, más bien al contrario. Hace años -muchos teniendo en cuenta que lo arrastro desde los 16 y que este mes cumplo 25- mi obsesión-compulsión con la comida era del tipo tragar, tragar, tragar y vomitar. Comía normal después y antes de los atracones. Ahora no. Restrinjo en todo, casi no como (o al menos a la gente le parece que como muy poco) y aún así vomito. Lo que yo considero un atracón es lo que los humanos ven 'una cantidad óptima', así que he llegado a la conclusión que mi cerebro está ya desencajado del todo y que mi realidad, sin duda, no es la realidad de los demás. Independientemente del número en la báscula -que ha disminuído-, me siento la mayor parte del día triste respecto mi peso. No tengo muy claro qué espero. La gente me dice que estoy delgado. Que estoy 'canijo'. Y yo me pregunto: ¿Os estáis riendo de mí o qué coño pasa? Después me relajo y me autodigo: "Eh, colega, el problema lo tienes tú". Cuando alguien que no te conoce de nada te hace ese comentario, por algo debe ser. O no. La gente debería callarse y dejar de fijarse en el físico de los demás; Si a mí no me importa el tuyo, ¿por qué el mío a ti sí? 

Tengo ganas de perderme, de nuevo, entre letras y pensamientos. Es absurdo poder llegar a entenderse a través de lo que uno escribe, pero sin embargo, es real. Y saber que alguien, en alguna parte, sin nombre, sin sexo, sin atributos especiales, lee tu basura, reconforta. 

La vida es una paradoja. Una tragicomedia. Aquí puedo ser un poco más yo, y un poco menos falso. No necesito máscaras que se agrietan. No necesito sueños que se moldean. No necesito nada. Solo vaciar mi mente, ser libre y escribir. Escribir, que es lo que he hecho desde que tengo uso de razón. Vomitar versos junto la comida y sentirme más liviano que una pluma. Descargar rabia y tristeza. Llorar y gritar.

Ser, en definitiva, un poco más humano.