lunes, 4 de mayo de 2015

...



Oda a la nada. Al terror. A la ingratitud. Al vacío. A la oscuridad. A Caer. Caer sin saber cuándo parar ni qué hacer para sobrevivir. Pensar en que hay que inspirar y expirar para que el oxígeno circule por cada rincón de tu cuerpo porque de lo contrario podrías fracasar en tu estúpida misión que aún no tienes clara. 

Sentirte tan plano como un papel en blanco. No ver más allá de tus días grises. No saber qué hacer ni de qué forma porque todo lo que intentas no sirve de nada. Un momento. Un segundo. Sabes que volverá y permanecerá mucho más tiempo que cualquier otra emoción. Te sientes perdido y desubicado, como si el mundo no tuviera sentido, como si nada encajara a pesar de que todo parece ir bien. Parece, porque no es así. Sigues llorando por cosas insignificantes e incluso sin razones, porque cualquier excusa es buena para liberarte de alguna forma de lo que te está oprimiendo por dentro. Lloras y lloras hasta que tu cabeza está a punto de estallar y te recuerdas el ser que eres, una y otra vez, sin pausa ni final, las mismas palabras que has memorizado con los años para tu propio confort. 

Y sigues cayendo, cansado, pensando que tienes que hacer algo porque te está superando por todas partes. Porque te alejas del mundo real y te encierras de nuevo en tu cueva húmeda y fría donde nadie puede rastrearte. Pero por suerte eres alguien valiente y decides cambiar. Cambiar algo. ¿Y qué haces? Dejas de comer, aunque eso es algo que te supera, proponiéndote hacer una comida al día que decidirás si vomitar o no. Pasa un día, dos e incluso una semana. Y más. Lo logras. Bajas de peso y notas cómo los huesos se yerguen valerosos por encima de la carne, más que antes. Y eso está bien o al menos lo crees.  

No tienes metas pero haces tu mayor esfuerzo por hacer pequeñas cosas a diario para no acabar de hundirte. Intentar volver a tus hobbies, que no son pocos, pero más de una vez ni la energía ni el humor están de tu lado.

De nuevo estás perdido y te cuestionas si no es la vez que más tiempo y más deprimido has estado y que, quizá, estarás. No ves la salida. No sabes qué hacer. No tienes fuerza. Te sientes solo cuando no deberías. No quieres salir de casa. No quieres hacer nada, solo dormir y abrazar a tus mascotas que parecen ser las únicas que te entienden y deciden estar contigo.

No encuentras la fuerza. No ves el final del túnel. Todo es opaco y frío. Nada tiene sentido, ni tan siquiera tú. Ni tú. Ni nadie. Ni nada.