Es imposible mantener la mente limpia durante mucho tiempo. Cuando menos te das cuenta pum, ya estás de nuevo en el mismo sitio, sepultado entre recuerdos y desesperanzas, alimentándote de la soledad y la muerte. Esperas eternamente algo que no sabes qué es exactamente pero que por otra parte sabes que terminará ocurriendo. ¿Y si todos esperamos lo mismo? ¿Y si todos, en el fondo, contemplamos estáticos el final de la propia Vida?.
Necesitamos hacer cosas. Deseamos hacerlas. Triunfar. Mejorar. Ser quienes creemos que debemos ser, ¿para qué? Para tener una vida digna, lo más rápido posible, porque nunca sabemos cuándo será tarde. Por otro lado están esos especímenes tan especiales que se autodestruyen a sí mismos, acelerando el proceso de la propia Vida, aunque no saben muy bien por qué.
Ni vivos. Ni muertos. Ni nada. Queriendo vivir y morir al mismo tiempo, porque ni una ni la otra parte es lo suficiente buena como para permanecer eternamente en ella; así que se mantienen más o menos en pie, esperando que ocurra algo. A veces lo intentan y fracasan. Otras salen victoriosos, pero al final es lo mismo, anhedonia. Ni placer. Ni interés. Ni satisfacción. Vacío. Hueco. Opaco y translúcido al mismo tiempo.
Y a veces me pregunto si no soy yo mismo el aborto de una sociedad que ha muerto desde hace mucho tiempo. El ser silencioso que sonríe pero que en el fondo está sepultado entre ovillos de lana que no le dejan pensar. El ser que les critica, que les corrige, que les odia y que sin embargo dice amarles. Lo que ellos han creado: La muerte en vida. Bello por fuera, muerto por dentro.
Y entre mi egocentrismo también cabe odio. Mucho odio que pocas personas pueden ver. Solo cuando alguien decide afrontarse a mí es cuando crezco y uso mi mente como arma de doble filo. De lo contrario soy mi peor enemigo. El profesor insaciable que nunca está contento porque su mejor alumno no es capaz de aprender lo suficiente con él como para sacar un diez en todos los exámenes. Pero un ocho no significa una derrota. No siempre tiene que ser culpa del profesor, ¿o sí?.
Límites. Límites. Nosotros imponemos nuestros límites. El conformismo solo lleva a la derrota. Si no exigimos nuestra mente solo seremos un punto más. Un punto más entre muchos. ¿Quién quiere ser un mediocre? Quién. Quién. Quizá todos aquellos quienes no buscan la perfección en nada. Quienes prefieren una vida digna antes que destacar. Quienes quieren vivir entre sus deseos y amigos antes que la autoexigencia que lleva a la destrucción.
¿Y por qué entonces algunos buscamos los límites? ¿Qué nos lleva a ello si no una insatisfacción extrema con este mundo? ¿Con esta sociedad? ¿Quién es el culpable?
¿Y por qué entonces algunos buscamos los límites? ¿Qué nos lleva a ello si no una insatisfacción extrema con este mundo? ¿Con esta sociedad? ¿Quién es el culpable?
¿La vida?
¿Los humanos?
¿El cerebro?
¡¿Quién?!
Cuántas noches he llorando preguntándome el por qué de todas estas emociones. Por qué soy tan diferente. Por qué soy tan estúpido. Por qué enseño lo que no soy. Por qué después de tantos, tantos, tantos años, nadie ha sido capaz de ver mi fondo. He crecido haciéndome daño. Daño de verdad. En mi cuerpo, en mi estómago, en mi propia mente. Me he odiado. Me odio. Y eso me convierte a sentir todo dentro de mí, opaco. Por qué soy tan estúpidamente hermoso para los demás. Por qué me ven en algunas ocasiones como un ser tan jodidamente diferente y especial. Irreemplazable. Intocable. ¿Cuántos humanos hay en el mundo como yo?
Y al final es lo mismo. No soy especial. Solo aparento serlo. En el fondo soy uno más entre la multitud al que a veces, algunas veces, se le reconoce lo bien que hace las cosas. Y saber esto duele, porque la gente me resulta tan estúpida e incoherente que odio ser como ellos. Odio saber que tras mi actitud, mis palabras y mi pensamiento hay una explicación. Lo odio porque durante la mayor parte de mi vida he intentado no ser como los demás. No ser un punto más. Pero aún el humano más famoso y grande que ha existido en este planeta, hoy por hoy, es un punto más; esté en libros históricos o no.
Y eso es lo que somos.
Un punto.
Un punto más.
Un punto entre muchos.